Una historia de más
Estás solo. No leerías esto si no fuera así. Algo te falta e intentas encontrarlo en la cotidianeidad de los momentos. Es duro enterarte de la realidad; porque nunca estás preparado para escuchar lo que no quieres. Por ello ahora quieres dejar de leer estas líneas; por eso también sabes que sería tonto hacerlo, pues regresarías a la abúlica repetición de las mismas charlas, esas que terminan en la misma incertidumbre con la que fueron concebidas, los rostros que te hastían y tu hipócrita e innecesaria presencia en aquél sitio junto a las otras personas.
Si continúas leyendo, podría contarte una historia en la que todos acaban felices en su burbuja de melcocha y por un momento creerías en mis palabras y luego te aplastaría el hecho de que era una mera ficción y que nunca serás realmente feliz. Podría engañarte de esa manera, pero sería barato, sería prostituir mis palabras ante tus ojos.
Mejor sería contar tu historia, la historia de este momento en el que sólo intervenimos nosotros.
Ahora estás leyendo el cuarto párrafo, te preguntas por qué sigues leyendo. Tus pies comienzan a moverse y te rascas una oreja. Momentos antes de enfrascarte en tu lectura dejaste de platicar con aquellas personas, esas que te miran y se preguntan lo que estás leyendo. Levantas la vista de la hoja cuando una sombra cruza frente a ti, tal vez no conozcas a esa persona pero el súbito movimiento captado por la periferia del ojo capta tu atención. Miras a la persona, tus ojos suben y bajan, escaneas su presencia y vuelves tu vista al papel. Ahora te diré que esa persona está pensando en romper este momento de soledad. Está pensando en hablar contigo, quiere preguntarte si le puedes prestar una moneda para que se compre un cigarro; entonces sabes que le dirías que no.
Lo ha pensado mejor, ya no se acercará a ti. Puedes contagiarle tu pesadumbre.
Ahora quisiera recordarte la vez que terminaste tu relación más reciente. Hubiera sido genial contar con un momento de tranquilidad como este; sin embargo, los pocos momentos solitarios con los que contaste fueron deliciosamente dolorosos porque se convirtieron en esa dulce amargura que tira de tu pecho, como si descendieras intempestivamente de una montaña. Tal vez por eso temes estar en la soledad; tal vez por eso soportas a las personas que te rodean. ¿Recuerdas esa noche que no pudiste dormir? Fue muy frustrante querer abandonarte al sueño y no poder lograr tu cometido porque aquella imagen se adhería a tus párpados y no quería separarse de ellos.
Te costó mucho hacerte a la idea de que había terminado, o tal vez no, no te costó tanto sino que fue un mero juego del tiempo. Duró lo necesario, siempre dura lo necesario.
Ahora crees que estoy interesado en tu historia. En realidad no lo estoy, de hecho me importas muy poco ¿Para qué perder más tiempo en ti si puedo estar en otra historia más interesante? Tal vez sea mejor dejarte porque me contagias tu tristeza, tu soledad. ¡Apestas a soledad! Aunque en estos momentos pienses que soy un grosero, no lo soy; porque te estoy diciendo la verdad, jamás podría mentirte, te darías cuenta.
Me largo. Es mejor dejarte completamente solo; porque, tal vez recapacites sobre lo que has hecho o piensas hacer. Pero no te equivoques, no lo hago por ti sino por mí. ¿Acaso pensaste que haría algo por ti? ¡Por favor!, sabes que debemos ser egoístas, pensar en nuestro interés porque nadie pensará en ninguno de nosotros. Mucho menos en ti.
Te digo que estás solo. No puedes luchar contra ello. Cuando te miras al espejo sólo está tu imagen y no hay más que tu presencia y aquél espacio en ambos flancos de tu rostro. Ahora lo estás, te encuentras sumergido en este instante que tal vez no termine. Es un instante vacío, puedes dejarlo, nada te detiene, pero piensa que saldrás de esta soledad para ingresar en otra, luego en otra, otra, otra y así seguirás girando porque todo se retuerce alrededor de ella, de la soledad cruda y desvergonzada que – a diferencia de mí – no quiere abandonarte.
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