A mi edad sé que el mejor negocio se hace a costa de los miedos y las creencias de los más pendejos. Cuando yo era joven tuve un amigo que sabía vivir bien de la buena y pendeja fé de la gente. Paco se dedicaba a hacer exorcismos a domicilio. Era un especialista en la materia, el muy cabrón. Tenía la típica cara de seminarista, ustedes saben, ojitos sensibles, lentes grandes, pelo embarrado, boca discreta y facciones severas y al mismo tiempo inocentes. Seminarista no era, pero andaba en trámites. El hijo de la chingada sabía ganarse la confianza de las doñas, y en aquel tiempo en que la televisión aún era de bulbos y en blanco y negro, cualquiera creía cualquier mierda que les contaran con la seriedad necesaria.
Siempre lo vi pasar con su misteriosa maletita de piel negra. Caminaba rápido. Los fines de semana era cuando más trabajo tenía. Un día se me acercó. Oye Goldberg, me dijo, ¿quieres ganarte un extra? Yo le dije que sí. Pero debes ser discreto, afirmó Paco.
Fuimos a la casa de doña Felipa, la señora de la tiendita. La hija se le había escapado con el novio cuatro días antes y la encontraron por casualidad dando una vuelta por el centro. Apenas la llevaron a la casa comenzó a retorcerse en el suelo lanzando injurias y mentadas de madre, gritando que el diablo había tomado posesión del cuerpo de la inocente criatura. Así nos lo contó la doña y el pinche Paco escuchaba callado, haciendo mmmmhhmm, mmmhmmmm, como si analizara la situación en comunicación directa con dios. La señora afirmó que había tenido planeado meterle una buena madriza a su hija por andar de puta escapándose con el novio, pero que ahora no se atrevía por temor al diablo.
No se preocupe señora, dijo Paco, yo y mi asistente nos encargaremos de sacar al engendro maligno que habita en las profundidades de la inmaculada alma de su hija, pero, haga yo lo que haga, sin importar qué, usted y su familia no me van a detener, recuerde que es por el bien de su hija y en contra del diablo. Doña Felipa prometió no intervenir. Paco se dedicó a trabajar. El muy cabrón abrió la maletita, sacó una sotana de color violeta, una Biblia café, un rociador de agua bendita y un par de velas. Yo nomás miraba, como buen pendejo.
Ave María…. Comenzó a resucitar Paco. Me miró. Ponte a rezar tú también, Goldberg, con fé. Lo hice. Ave María purísima… La pinche chamaca apenas nos escuchó y comenzó a insultar ¡Hijos de su reputísima madre! ¡Chupa vergas! ¡Cóganse a su madre por el culo! ¡Son una mierda asquerosa! Nos insultó con esas y otras peores, durante toda la noche. La familia ya ni se fijaba, sólo observaban cansados cómo Paco y yo mezclábamos nuestros rezos con las mentadas de madre y los insultos de su querida hija. Nunca más me la han mentado tanto en mi vida. En la mañana, antes del desayuno, todavía seguía el mismo espectáculo. Yo ya estaba hasta la madre y decidido a mandarlos a todos a la verga. Entonces Paco habló: señora, el diablo que posee el cuerpo de su hija es más fuerte de lo que creí, debo usar otro método más efectivo, pero más doloroso. Ah chingaos, allí nos sacó todos de base, hasta la chamaca se quedó callada. Abrió de nuevo la maleta. Sacó un recipiente de gas, algo así como una estufita que usan los exploradores, una cruz de metal y unas pinzas. Con un cerillo prendió la flama, SSSHHHHHH. El ruido me enchinó la piel. Luego cogió la cruz de metal con las pinzas y la colocó en fuego. Esperó hasta que la cruz se puso al rojo vivo. Me miró y me dijo que le cogiera el brazo izquierdo con fuerza a la chamaca. Señora, dijo Paco, este método es horriblemente doloroso, pero es efectivo. Su hija va a gritar como nunca, pero recuerde que le hago daño al diablo y no a la niña. Doña Felipa sólo dijo: haga lo que sea necesario.
Paco acercó lentamente la cruz al rojo vivo a la piel de la chamaca ¡Abandona el cuerpo de esta inocente, diablo maldito, o te haré daño! ¡En el nombre del señor! Chingaos, yo estaba emocionado. El brazo le temblaba al loca esa y sus ojos miraban aterrorizados. Sólo de imaginarme el grito que iba a pegar ya me corría el sudor.
Faltaba un centímetro para que la cruz tocara la piel, entonces la cabrona comenzó a decir, mami, mami, ¿en dónde estoy? Nos miró. ¿Quiénes son ustedes? ¡Mami!
¡Aleluya!, gritó Paco, el diablo se ha ido. La señora abrazó a su hija con fuerza. Luego nos invitó a desayunar, le pagó a Paco sus honorarios, y se despidió de nosotros. Apenas salimos de la casa pude escuchar los gritos de la hija. La señora había comenzado a darle la madriza que tenía pendiente.
Pinche Paco, hace unos años me enteré que había muerto, de Sida. Fue un homosexual feliz.
Me voy a dormir, escribí más de la cuenta. Chinguen a su madre. |