Aquel domingo, Elías caminaba demorando el viento fresco que hacía pequeños remolinos de polvo a sus pies. El sonido de sus zapatos raspando la calle, sólo era interrumpido por un grupo de niños que le tiraban piedras a una cometa suspendida en los cables de luz. Seguiría caminando hasta ponerse en la misma dirección de la cometa y los niños. En el umbral de su casa una piedra le cayó en la cabeza mientras buscaba las llaves. Apenas sintió el golpe, estaba ebrio; sin embargo tuvo cuidado en no perder el equilibrio al girar. No descubrió a nadie, la calle fue conquistada por el silencio repentino y obligado del vacío. Sólo una ráfaga de viento embistiendo la cometa fue quebrando el sinsonido de la calle con una súplica palpable, sustancial. Elías miró con lástima aquel juguete atrapado en los cables, inútil. Sus ojos se impregnaron de una dulce nostalgia. Aquel sentimiento usurparía su alma dejando atrás una serie de vivencias inservibles. Esa cometa era el presente. Alarmado empezó a buscar una piedra; pero nisiquiera estaba la culpable de la herida en su cabeza. Derepente creía ver que un niño se le acercaba para dejarle un pedazo de ladrillo en la mano. Fue hasta el mismo lugar donde hace minutos los niños trataron de bajar la cometa, se detuvo y su cuerpo adquirió una estática como si en vez de carne y hueso fuera de piedra. La cometa seguía sonando con su llanto lastimero cada cierto tiempo. Envolvió la piedra en su mano, apretándola, asegurándose de su existencia. Entretanto los niños salieron de su escondite para contemplar mejor aquella hazaña. Cuando Elías arrojó la piedra, ésta no tomó altura impactando en un vidrio de la ventana de su casa, haciéndolo trizas. Una miscelánea de carcajadas estallaron a su espalda, empujando su mirada desde el cielo hasta el suelo, obligándole a observar sus zapatos, los encontró sucios, viejos.

continuará....