Fito
Ella se tiró sobre su ataúd en un llanto prolongado, lastimero e incontenible que casi provocaba una histeria colectiva de puro pesar.
Se necesitaron varias personas para arrancar a Ruth del ataúd de Fito que ya se encontraba en la fosa. Ella tenía tres meses de embarazo e iban a casarse en una semana.
Pero este no iba a ser un matrimonio de domingo siete. En realidad el embarazo fue la consecuencia lógica de tanto, tanto amor. Prácticamente vivían juntos un año atrás y formalizarse no andaba lejos de sus cabezas. La criatura sólo le puso sello a una decisión que en los corazones ya estaba tomada.
Pero la muerte se cruzó de improviso atropellando a Fito en pleno Bulevar Fuerzas Armadas, el más peligroso de la capital hondureña. Él quedó tirado en el pavimento a las 11:30 de la noche empujado por supuestos amigos de fiesta que después le robaron la cartera y los anillos que justo había comprado ese día en Plaza Miraflores, y que no había tenido tiempo de guardar en ningún lugar seguro.
La parranda surgió de repente, sin aviso, después de unas mesas de billar antes de llegar a casa. Fito sintió cierta nostalgia por la soltería y decidió aceptar la invitación de sus improvisados compañeros de juego, a los cuales había desplumado de su pisto en diez mesas ganadas consecutivamente con su maestría usual de muchacho de pueblo.
-Vamos a una fiesta. Es en la colonia Tiloarque. Marco nos da jalón hasta El Central y de ahí solo cruzamos el bulevar y ya estamos en la casa de Ana Figueroa en su fiesta de graduación. Vamos Fito, hay pollitas frescas-, le animó el asesino.
Él solo conocía a estos tipos de una o dos veces que había jugado con ellos, pero decidió tomar el riesgo. Era jueves por la noche, Ruth estaba en su pueblo con sus padres, y él se había quedado con pocos compañeros de fiesta, porque sus amigos verdaderos ya estaban todos casados. Por eso decidió ir, para despedirse de su soltería.
El bulevar mantenía una aceptable cantidad de tráfico. Parados en la orilla después de bajarse del vehículo, uno de los tres tipos empujo a Fito justo cuanto un auto pasaba a toda velocidad. El carro lo levantó por los aires y después se dio a la fuga. Aquella zona era obscura y poco habitada lo que le dio al conductor la cobardía para huir, tal y como sucedía la mayoría de las veces.
Él, quedó tirado en media calle, sangrando, con varias partes de su cuerpo fracturadas, en cuenta cuatro costillas y sus piernas. Después de la huida de sus “amigos”, que le quitaron la billetera el reloj y sus anillos de boda, mantuvo la conciencia y se arrastró hasta lograr salir de la calle y evitar un nuevo impacto.
Pasó la noche tendido sobre un lodoso charco. En la mañana los estudiantes que iban a clases lo confundían con un borracho, porque por los golpes tenía dificultad para hablar y la sangre se confundía con el lodo. Por fin unas profesoras entendieron que había sido atropellaron y lo llevaron al Hospital Escuela en un taxi.
Fito le ganó la batalla al automóvil. Él era fuerte físicamente y con un temperamento poderoso. Pero Fito no pudo contra la estupidez. En el hospital un par de médicos principiantes le enyesaron sus piernas sin curar bien sus heridas. Una semana después le amputaron sus miembros tratando de salvarle la vida. No fue suficiente, el veneno ya estaba en su cuerpo y dos días después murió de septicemia.
Ruth gritaba sin descanso en aquel terrible entierro. Alguien llegó a tratar de darle una nueva dosis de tranquilizantes, pero de un manotazo mandó las pastillas al suelo. Ella seguía tratando de llegar al ataúd que ya estaba bajo tierra. Sus familiares no la soltaban mientras seguía gritando;
-Yo me voy con vos Fito, yo me voy con vos mi amor-.
Por fin lograron llevarla a casa y apaciguarla un poco. Al día siguiente el guardia del cementerio la encontró desenterrando la tumba. La escena se repitió todos los días durante dos semanas hasta que su madre decidió enviarla fuera del país con unos primos en Estados Unidos.
Lejos de casa la locura de Ruth menguó. No hablaba, apenas comía, pero ya no gritaba entre lagrimas, ni intentaba escapar. Solo se quedaba sentada en una mecedora, llevada pieza por pieza a Estados Unidos y que remembraba a Honduras de una forma automática.
Con el tiempo, quizás empujada por el embarazo que ya tenía cinco meses, empezó a comer mejor. Milagrosamente cuatro meses después tuvo un parto normal. Su hija nació un soleado sábado en Miami, Florida. Cuando vio a su pequeña, volvió a sonreír y con el tiempo a hablar. La niña se llama Esperanza.
|