Abrí los ojos y estabas ahí, te vi sola, tan derrotada, tus lagrimas estaban recorriendo tus mejillas; levantaste la vista y me miraste con odio, tu mirada reflejaba la desesperación que llevabas dentro, abriste tu boca y lo primero que digiste fue que estabas arta de mí, que te desesperaba por se tan debil, tan indecisa, insegura, que me odiabas por no luchar por lo que quiero, que podías asegurar que yo ni siquiera sabía lo que quería ni hacia donde me dirigía, luego callaste y tu mirada se volvió más profunda; seguiste gritandome con tus ojos, toda tu inconformidad hasta que te desahogaste por completo.
Me quedé pensando en nada . . . , al instante me di media vuelta y estabas tú otra vez, pero me sorprendió verte así, no se por que te veías tan bella, tan delicada y tierna, estaba tu silueta tan diferente, pero a pesar de los años eras agradable; tu cabello largo, rizado y oscuro cubria gran parte de tí, empece a observar que tenías un cuello largo, tus ojos a pesar de ser pequeños, tenían algo dulce pero a la vez, afloraban un gran misterio, me miraste y sonreí, tú también lo hiciste; después yo cerré mis ojos y te vi en mis pensamientos hacer lo que te gustaba; yo te veía felíz cuando tu girabas, tus brazos formaban figuras en el aire, al mismo tiempo que tus pies coordinaban con la melodía que salía de tu boca y de tus manos; estabas vestida de lino blanco y seda púrpura brillante, también vi que con tus manos plasmabas en un papel los colores de tu corazón, de tu alma, de tu espíritu; abrí los ojos, respiré profundo, y me di cuenta que en esos espejos, pude ver reflejada . . . . mi luz y mi noche.
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