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Despertar.

La carretera que une la ciudad Cañete con Purén es de tierra. La dirección de Vialidad hace poco ha pasado máquinas emparejando y colocando la capa de estabilizado, por lo que está transitable. El bus avanza bordeando el lago Lanalhue. El lado derecho, el que bordea la playa lacustre es abundante en grandes casas de madera, de antigua arquitectura Suiza, a la izquierda, viviendas de arquitectura mapuche, es decir, casas construidas con maderas que sobraron luego de vender lo mejor, en muchas se cuela el viento por tanta rendija a la vista. Ellos, alguna vez fueron dueños de esas tierras fértiles, las que les fueron arrebatadas, primero por los conquistadores y luego por el “Ejército de Chile” para entregarlas a colonos europeos.

La micro debe cruzar la cordillera de Nahuelbuta para caer en Purén, la noche anterior había llovido. Cuando inició su recorrido en Cañete salió llena de pasajeros y bultos, entre los viajeros abundan los de rostro con rasgos asiáticos, ponchos de gruesa lana de oveja. El calor que hay en el interior del vehículo hace que de cada manta ascienda vapor que llena el ambiente. En cada parada, alguien baja y algún nuevo pasajero sube, la mayoría son hombres y mujeres que hablan una mezcla de castellano y mapuche. Ellas con vestido negro, blusa blanca y piezas de platería típica con las que adornan sus cabezas y pecho.

Quienes descienden descargan los víveres y otras faltas que le han de durar un largo periodo de tiempo; los que suben, lo hacen con sus productos que llevan para vender en la ciudad y regresar cargados tal como lo han hecho quienes les antecedieron. El calor en el vehículo es agobiante y se incrementa porque en cada parada, sube más gente de la que baja. En el bus pareciera que no cupieran más pasajeros, pero el auxiliar tiene la habilidad de hacer espacio, para todos.

Es época de término de primavera e inicio del verano, a ambos lados de la huella amarillean los aromos, más algún peral o manzano muestra sus pétalos entre blancos y rosados.

En la parte más alta del cerro, se pincha un neumático del bus, la habilidad del conductor previene el accidente, logra frenar el vehículo y hace bajar, nadie debe quedar en el interior para proceder al cambio de rueda; chofer y auxiliar trabajan arduamente, varios pasajeros se ofrecen a ayudar en la tarea de poner el repuesto y seguir viaje no atrasando demasiado, ya que al final del recorrido, luego de una hora de descanso, regresarán.

Caminaré un poco, me trae cansado el calor, esto demorará una media hora, nunca menos, alcanzo a regresar sin problemas, como no conozco demasiado por acá, me ayudará, nunca se sabe por donde andaré mañana.

Todo el monte es verde, desde los árboles bajan agradables aromas, pino y eucalipto, boldo y avellano, de las plantas que crecen a ras de tierra suben otros aromas no menos agradables.

Mire, las lamienes llaman a sus hijos. ¡Hueñe no te vay lejos! Igualito que la Sonia cuando sale a buscar al Sergio. En este lado varios peñis meando, voy a Caminar un poco más y me devuelvo, veré si alcanzo la parte más alta, por esta huella llego a la cima. ¡Conchemimadre! Alguien hizo este hoyo y lo dejó tapado, ¿trampa para quien será? Es profundo, tiene más de dos metros de altura, ¡Chucha no me fijé en esta weá!

Claro cuando caminaba cerro arriba, no se percató, al dar un paso en falso cayendo en un hoyo profundo, el piso es suave, no se hiere, levanta su cuerpo, iza su mano y no alcanza a la superficie. La excavación pareciera haber sido hecha con prolijidad de artesano, los cuatro muros son lisos, no ve saliente alguna por donde subir. Alza su brazo lo más arriba que puede y salta, no hay caso, por mayor que sea el esfuerzo no logra alcanzar el borde superior. Grita, espera, no llega nadie a socorrerlo. Suena la bocina del micro, el conductor llama a los pasajeros para seguir viaje, escucha como es puesto en marcha el motor, grita más fuerte, espera y nadie acude en su auxilio. Las sombras de la tarde comienzan a enseñorearse del paisaje. El bus se marcha, oye claramente que sigue viaje dejándolo en la trampa que se metió, sigue aumentando la sombra, ve que se iniciará el anochecer, se desespera, grita, espera, ningún alma se apiada de la suya, medita en lo que será pasar la noche en ese hoyo en el que no cabe sentado, tendrá que permanecer de pie, dormir parado; recuerda muchos relatos de detenidos que fueron obligados a pasar de pie durante días, se siente como ellos, en los días de tortura.

¿Quién me mandó a alejarme tanto de la carretera? Esto se pone feo, demasiado feo, luego anochecerá y la noche será larga, no hace demasiado frío pero el amanecer será muy helado ¡Con tal que no se ponga a llover!…

Sumido en la desesperación se sienta sobre sus talones, se agarra la cabeza a dos manos. Grita y espera, nadie acude en su ayuda, la casa más cercana está a unos 200 metros así que difícil le escuchen sus gritos, sólo si alguien anduviese a la búsqueda de algún animal. Un viento suave mueve las ramas de los árboles, desde los eucaliptos caen coquitos y hojas, de los pinos, agujillas. Busca en su ropa, en un bolsillo encuentra una caja de fósforos.

Si caen más ramas y hojas, quizá pueda hacer una pequeña fogata para calentarme si no llega nadie y me saca de este hoyo maricón

Busca en el suelo, encuentra pequeñas ramas, de otro bolsillo saca papeles, arruga algunos y espera a que el viento le traiga más ramas secas para encender un fuego que le permita entibiarse.
Sus pensamientos viajan de un lugar a otro en el tiempo y en el espacio, vuela como la torcaza que pasó sobre su cabeza; piensa en la gente que le espera.

No se preocuparán demasiado ya que es común perder un bus.

Recuerda su lejana niñez, piensa en aquellas ocasiones que debió caminar en la noche santiaguina a la búsqueda de algo más de vida para su padre, noches de visita a cada farmacia abierta. Su juventud, el matrimonio y la dolorosa separación. El golpe de estado, la persecución a que ha sido sometido, el rostro de sus camaradas desaparecidos. Es sacado violentamente de su ensimismamiento cuando desde lo alto cae un trozo de madera, que le roza una pierna, mira hacia arriba, grita, nadie responde.

Debe haber sido el viento que quebró la rama de algún árbol y cayó acá. Me servirá para la fogata ya que está seco, ojalá caiga otra.

Cae otro madero y otro más, uno le golpea un hombro, vuelve a gritar, nadie llega, piensa que alguien le juega una macabra broma. Un par de minutos de calma y caen más, golpean su cuerpo, esconde la cabeza, la cubre con los brazos, viene una lluvia de ramas gruesas, no hay lugar del cuerpo que no reciba golpes. Mira hacia abajo, el suelo se ha cubierto de ramas, de alguna manera se siente aliviado ya que se acorta la distancia entre el fondo y la superficie.

Se para sobre las ramas que han cubierto el piso, levanta el brazo y no logra alcanzar la altura necesaria, cae una nueva avalancha de palos. El pozo se va llenando lentamente. Quiere pero no puede levantarse, es mucho el dolor, y el temor es grande, se siente inmovilizado, anclado al suelo. Llueven nuevos golpes, uno tras otro y sigue, no hay reposo, no le permiten pararse, siente dolor en todo el cuerpo. En la misma medida que se caen leños, crece su desesperación. La altura de la leña llega a sus rodillas; lucha por levantarse pero no lo logra. Pareciera que se ha detenido el atardecer, grita, nadie le escucha, ninguna persona se aparece, siguen lloviendo golpes. Tiene la sensación de que en vez de ramas son paladas de tierra las que le caen, se mira, no ve heridas en su cuerpo, es como si el bosque le quisiera sepultar, cada leño le trae un recuerdo de esos que le enmierdan el alma, esos que duelen, a ratos se va, pierde la conciencia, solo siente que un golpe sucede a otro y otro más.

Despierta, vuelve a sus meditaciones, a sus instantes más malos. La carta que le anuncia la pérdida del primer hijo, por exceso de trabajo dice, cosa que no es cierta sino que ha sido un aborto provocado. Se adelanta un par de años, ahora ve el charco de sangre y esa pequeña cosita latiendo, es el segundo hijo ido antes de nacer también por aborto. Busca en su mente buenos recuerdos, ve los ojos de sus dos hijos que juegan en una calle, ríen, se ven felices, sonríe a pesar de los golpes. Intenta encontrar otros instantes, ve la perdida de su inocencia en el cerro Santa Lucía, pero, la opaca el aborto y su pensar le lleva nuevamente a la capital, recorre las calles de Santiago en el auto de la policía, cuando lo llevan detenido, pensando en poner su vida en orden ya qué no cree que saldrá vivo de allí.

La lluvia de golpes disminuye, son ellos los que le hacen entibiar el cuerpo, el mismo que la inmovilidad enfría, pero la calma es sólo un minuto, luego, caen más y más. Se encoge llama a su madre, está casi en posición fetal, solloza, sólo ve a su madre sintiéndose niño, quien más que ella podrá sacarlo, abre sus ojos, no es el niño que soñaba, es adulto. Retornan sus fantasmas, se le aparecen como los ojos de su novia, cuando le cuenta de las torturas, de la violación. Caen más cosas sobre sí, a un golpe se sucede otro y otro más.

Mira al cielo, aún es día claro, la profundidad de la fosa ha disminuido, pero, su cuerpo está rodeado por ramas, aprisionado, nota como se va cubriendo entero, no puede subir, los maderos le aprisionan todo el cuerpo, cuestión que no le da posibilidad de moverse, se siente atado.
Percibe los aromas del cerro, eucalipto, pino y boldo, huele selva, huele la humedad y bosque. No hay lugar de sí que no esté cubierto, los maderos le llegan al cuello y sigue cayendo madera, siente oscurecer cuando la última rama lo tapa, poco a poco se oscurece, sólo escucha los golpes de la leña cayendo sobre su cabeza. No hay luz, salvo algunos rayos luminosos que entran por los espacios que dejan los pequeños troncos, que le dice que aún es día, se comienza a ahogar, su respiración es mala está sepultado por la masa de maderos.

No puede ser, algo debo hacer antes que esto me mate, me asfixie, la materia inerte no me ha de ganar.

Concentra su pensamiento en buscar la forma de salir del pozo. Respira profundo, piensa, acumula fuerza, descansa, piensa, no siente caer nada, su pensamiento puede ser armonioso. Tensa el cuerpo, endurece la musculatura, da un envión que le produce dolor físico con el esfuerzo, descansa. Otro intento, sus pies escalan, sus manos se levantan, de su boca sale un gran grito, su cabeza logra romper la prisión de madera, la saca al aire, sus pies escarban y suben, saca la mitad del cuerpo y... Finalmente sale de su cárcel de tierra y ramas.

Escapa del pozo, camina y se sienta afirmando su espalda en el tronco de un grueso eucalipto, respira y respira, quiere tragar todo el aire en una sola inspiración. Finalmente descansa, lo ha logrado.
Siente el sonido de una chicharra, mira en derredor, gira su cabeza en trescientos sesenta grados, abre los ojos. Su despertador anuncia que el día nuevo ha llegado.

Curiche, Agosto 2006

Texto agregado el 18-08-2006, y leído por 790 visitantes. (38 votos)


Lectores Opinan
19-09-2006 me parecio bastante bueno mis 5 * solitario49
18-09-2006 Llevas de la mano al lector en una travesia de campos lejanos (por lo menos para mi) en una realidad que quema, que arde. 5* regina_mojadita
10-09-2006 Bueno te confieso que lo lei con tiempo y despacio, asi que te puedo decir que lo encontre interesante, tu presonaje tubo tiempo para meditar muchas cosas en aquella trampa, y conforme leia, me angustiaba por el porque, en aquella trampa, pero me sorprendi mucho cuando al final todo resulto en una pesadilla de el...uffff! que bueno para el me dije. Curiche...que decir si ya sabes lo bueno que eres para narrar historias. mis estrellas para ti. gfdsa
07-09-2006 Sólo puedo decir que excelente como todo lo que escribes. Estar en ese hoyo, creo que lejos es lo peor que a uno le podría pasar.***** Besos Victoria. 6236013
05-09-2006 He recorrido esos caminos de la cordillera de Nahuelbuta, entre Contulmo y Cañete, Purén, Victoria. La narración sumerge tanto en la odisea misma del accidente como en las reflexiones y desesperaciones del protagonista. Se siente el bosque y sus peligros, como los pudo hacer sentir Jack London, pero también se sienten los peligros de vivir en un país llamado Chile, en sus bosques o en sus ciudades. ¿Criollismo, Benhur? Na`qué ver¡¡ Pura literatura escrita con sangre y vida¡¡¡***** kucho
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