Te escribo desde la penumbra de una angosta madriguera. Mis dos hermanos yacen reposando a unos centímetros de mí, con los húmeros quebrados, con las pupilas irritadas de tantas lágrimas; sollozan envueltos en un prolongado dolor. Yo me hallo bien, padezco de mucho frió; pero aun poseo fuerzas para seguir trazando letras en este papel añejo…
Los rudos e inescrupulosos soldados nos bombardean. Afuera yacen muchos muertos y enfermos, entre ellos hay cuantiosos niños, y moribundos que no tardan ya en ser cadáveres; desde aquí escucho sus lastimeros rugidos de dolor, oigo también los agudos y desesperados gritos de niños seguida de balas. Parece que ya es el fin del mundo; por suerte yo y mis hermanos seguimos aun con vida.
Dios, guillotinaron a mi madre cuando mis lagrimeados ojos aun podían ver sus añejas arrugas de madre. Mi padre, aun no se si sigue vivo; recuerdo su voz de valentía: “soy bueno en la guerra, tornare con vida, cuida a tus hermanos”. Te rezo a toda hora por mi padre, y por todos los de la ciudad, espero que el fin del mundo no sea demasiado cruel.
Antes que mi ultima vela se consuma, voy ha comentarte que la semana pasada vi un reportaje de niños muy, muy escuálidos que apenas lograban caminar, sufrían demasiado, aquel día llore y lamente no ser rico.
No solicito nada, esta vez no te pediré nada, eso es muy común.
Te escribo por que siempre pienso en ti, aun cuando todo el mundo ya no cree en ti, siempre tendré fe en ti; pues eso me enseño mi madre. Pero… En la escuela me dijeron que no hay problema si una epístola cargue una pregunta; por ello me atrevo ha interrogarte:
¿Por qué no me recuerdas, si yo lo hago siempre?
Mi vela no da para más, esperare con paciencia tu respuesta. Por ultimo; quiero compartir contigo un secreto: en la escuela ya no creen en ti; pero yo nunca dejare de creer en ti. Ahora soy aún un niño, pero se que rezare hasta el día de mi muerte. Adiós, oh mi vela…
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