HAY UN SITIO EN MI CIUDAD

Hay un sitio en mi ciudad donde los mayores son aparcados o apartados. La verdad, no lo sé. Cuando voy de visita se me encoge el corazón.
Mi tío llora, me recuerda sus tiempos de juventud. Ahora, una silla de ruedas le facilita el movimiento, pero le quita autoestima. Muchos me paran, me confunden con sus hijos o algún familiar.
Las caritas de pena de los ancianos suplican.
— ¿Dime, hijo, por qué no vienes a verme? Me... portaré bien, te lo prometo.
Estas frases me arrugan el alma. Sólo les puedo dedicar una sonrisa y mentalmente pedir a Dios que les alivie el sufrimiento.
Mi tío sigue llorando... Un olor nauseabundo llena la sala. Viene una monjita malhumorada con los brazos en jarra soltando palabras mal sonantes.
De repente, un crujir de huesos se deja oír entre los diálogos de la serie. Es María que, con sus 80 y tantos, pierde el equilibrio, quedando en el suelo de una manera grotesca. Aparecen de inmediato más religiosas. La anciana pesa demasiado, llora, gime, aligerando los esfínteres.
El caos se apodera de la sala. Los demás viejos protestan. No pueden oír la tele. Empiezan a discutir unos con otros. Las hermanitas intentan poner orden.
Hay un sitio en mi ciudad donde no quiero volver.

FIN.
J.M. MARTÍNEZ PEDRÓS.

Todas las obras están registradas.

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