A pesar de la somnolencia puede percibir un vacío en el estómago, a continuación el típico rugido de tripas. A medida que avanza falta menos y, sin embargo, aquel punto en el horizonte segundo a segundo parece ser más distante. Los demás están en las mismas condiciones, algunos se han quedado dormidos sobre el pasto, otros han mordisqueado ya sus pies cuando el hambre les hizo creer que eran dulces paletas de caramelo. ¿Vale la pena realmente continuar? ¿Es ése mi destino? ¿Qué es a lo que realmente voy a llegar? Como esas habían otras cien preguntas, pero nada le hacía parar, la marcha prometía sus frutos y ella estaba dispuesta a los más grandes sacrificios para llegar. Sus padres desde pequeña le enseñaron a ser perseverante, cada vez que no alcanzaba algo del estante la miraban desde lejos, ella se ponía de puntillas y conseguía su deseo, ellos no podían estar más orgullosos, por eso ahora no los podía defraudar.
Los amigos también la apoyaban, antes de emprender su viaje la visitaban con ramos de flores y cajas de bombones, le deseaban toda la suerte del mundo y confiaban en que lo lograría. Y cómo no, era una promesa que ella misma no podía romper, no faltando tan poco, no podía dar pie atrás, ya estaba en eso y sólo de ella había sido la decisión, mas cuando el pasto se ve tan verde y las nubes tan esponjosas dan ganas de sentarse un rato y respirar.
Unos pasos, tan sólo un par de pasos… Cayó en la oscuridad, sintió el miedo, la angustia de no volver a ver a quienes tanto había querido, y unas ganas inmensas de luchar. A medida que descendía la oscuridad llegó en algún momento a parecerle placentera, calma y silencio, mucho, tal vez demasiado para su gusto. El dolor se hacía cada vez más fuerte así como el olor a cloro y limpieza, aroma a hospital, la luz era cegadora. Su madre no paraba de darle besos en la frente mientras que los amigos se turnaban para abrazarla. Cuando finalmente todos se fueron del cuarto, se recostó en el pasto a descansar.
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