ENTREVISTA EXCLUSIVA
ACUSADO DE SER EL AUTOR MATERIAL DE ATENTADO A TORRES GEMELAS DESMIENTE SU PARTICIPACION
Mi nombre era Hatta, Mohamed Hatta. Tal vez lo hayas escuchado, o leído en las noticias de los atentados al World Trade Center. Se me acusa de haber secuestrado, piloteado y estrellado uno de los aviones de American Airlines que destruyeron las torres gemelas, el 11 de Septiembre pasado. Todo ello es mentira. Pero como toda mentira, contiene algo de verdad. Es verdad, aprendí a volar, pero no, como dicen, en una escuela privada en Florida. Y tampoco aprendí a volar aviones Boeing 767. Dicen que estudié un año, y que no aprendí a aterrizar, por razones obvias. Lo primero es mentira, pues mi aprendizaje fue mucho más largo. Duró más de 15 años, o tal vez más. Tal vez fueron necesarias muchas vidas para aprender a desarrollar mis capacidades de vuelo. Para que lenta, evolutivamente, crecieran las alas en la espalda de mi alma. Lo cierto es que cuando te conocí ya sabía volar. Lo segundo, aquello que no aprendí a aterrizar, es verdad. Cuando tu alma ha aprendido a volar ya no aterriza más, no debe aterrizar nunca más. Esa capacidad del alma de emprender el vuelo es la única característica que separa al hombre del resto de los seres vivientes. No es ni la razón, ni el intelecto, ni la capacidad de fabricar instrumentos. ¿Para qué queremos instrumentos cuando tenemos un alma que puede volar?.
Pues bien, sí, soy un piloto. He acumulado, desde que te conocí ¿o tal vez desde que te reconocí? miles de horas de vuelo, miles de millas aéreas. Y fue hace ya muchos años que el atentado, el otro atentado, empezó a aparecer y a susurrar en mi alma un nuevo vuelo, ahora definitivo, hasta el fondo de tu alma. ¡Cuantas veces estuve a punto de estrellarme!. Mi alma rondaba la tuya como un Boeing 767 en torno a una torre. Pero era una torre prohibida, por la sociedad, la cultura, las ideas, lo “correcto”. Así volé por años, y cada vez que mis alas me acercaban a ti huía, me alejaba por todo ese cerco de convenciones que rodeaba la torre. Pero un eco silencioso me llamaba, como si dentro de la torre hubiera alguien que estuviera pronunciando mi nombre en el silencio de sus estancias vacías.
Entonces mi alma dijo: “Te estrellarás, aunque pierdas tu vida en el intento”. El atentado no tenía fechas, ni plazos establecidos. Podía tal vez esperar toda la vida, y ya en mi último aliento lanzar mi alma con toda su fuerza contra la torre. No buscaba destruir la torre, ni derrumbar los símbolos de lo establecido. El choque de mis alas sólo sería una liberación, un momento único y tal vez final en que mi alma encontraría su centro. Pero el eco que escuchaba, silencioso dentro de la torre, me atraía cada vez con más fuerza. Mi alma volaba cada vez más cerca de la tuya. Como atraídas por un imán invisible, mis alas empezaron a apuntar a la torre. Y el impulso se hizo imparable. Entonces, una mañana, hace ya más de tres años, enderecé el fuselaje, puse las turbinas a máxima potencia, alineé los alerones y el timón y dirigí mi alma directo hacia la torre. No hubo televisión ni testigos. En el último instante pensé que el impacto me destruiría, pero no me importó. Al momento de hacer contacto, las paredes de la torre se abrieron sobre mí y me acogieron. Entré raudo hasta el fondo de la estancia en que tú me estabas esperando, en silencio. Las paredes de la torre se volvieron a cerrar, en silencio, y nadie supo nada, excepto tú y yo. No hubo CNN ni nada semejante. Ahí estábamos los dos, mirándonos las caras, enmudecidos por la magnitud del atentado. Salimos de la torre volando. Tú desplegaste lentamente las alas de tu alma y, tomados de la mano, ya no dejamos de volar. Yo no derrumbé el World Trade Center. Mi nombre era Hatta. Ahora mi nombre es Nadie.
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