ENTRE EL CERO Y EL UNO
(una breve de religiones)
En las postrimerías de la encuesta, me preguntó qué religión profesaba. La pregunta estaba inserta en un contexto formal. El empleado, metido en un uniforme gris oscuro, parecía salido de una novela de Kafka. Blandía una larga lapicera que escribía con perfecta caligrafía.
-Ninguna- le respondí-. Actualmente soy ateo y agnóstico- completé para dar por finalizada la pregunta y la indagación.
- No me puede contestar eso- el hombre elevó con un gesto la visera de la gorra y se abrió el saco, desprendiendo los botones. Golpeaba el escritorio con el cabo de la lapicera.
- ¿Por qué no, si esa es la verdad?- interpuse con pura lógica.
- No le pregunté si era verdad o no. En este casillero debo colocar el nombre de la religión que profesa. No hay preestablecidos para tildar.
- Bueno, entonces, si cabe una palabra, ponga: Ninguna- le sugerí inclinándome sobre el papel y apuntando con el dedo índice hacia la línea o el casillero respectivo. El hombre dudó; escribió la N y luego tomó una goma y la borró prolijamente, soplando los restos hacia mi abrigo.
- No se puede. Me tiene que dar el nombre de su religión: Judía, católica, protestante, mahometana, budista, qué sé yo... pero tiene que ser alguna... no ninguna – y elevaba las cejas, solicitando sin más trámite la respuesta correcta.
- Es tan válido alguna, como usted dice, y ninguna, como yo digo. Ponga ninguna y avancemos, que tengo que presentar el formulario hoy mismo en la oficina 2849, Sección “K”, y tengo hasta las dieciocho horas... - El hombre corrió levemente la manga del saco, leyó la hora, y se encogió de hombros.
- No es culpa mía que sean las seis menos cuarto, y estemos trabados en esto. Si quiere que avancemos, elija una y yo la pongo -. El empleado de Mesa de Entradas estaba decidido a engrosar las huestes de los gnósticos.
- A ver, vayamos a los números y comparemos- propuse, como iniciando una nueva línea de pensamiento.
- ¿Qué tienen que ver con la religión los números? ¡Dígame usted!- inquirió molesto el hombre.
- Aparentemente, nada. Pero así como existen números que signan cosas reales, del uno al nueve, también está el cero. Y el cero señala justamente la nada. Lo que no existe...
- A menos que acompañe a los otros números para formar el diez, veinte, treinta, etcétera- completó él, con un relámpago de inteligente análisis.
- Sí, en ese caso tiene razón, pero fíjese que cuando se une a otro número, deja de ser el cero; presta su forma para integrar otro número que sí existe. Pero solo, aislado, es el símbolo de nada, o sea de ninguna, y los otros números representan algo, o algunas... Bueno, en materia de religión es lo mismo: Se cree en alguna, o no se cree en ninguna...
- O se cree en algún número, del uno al nueve- jugaba el hombre con los conceptos abstractos-, o no se cree en el cero... ¿es así, no?
- Bueno, no es tan así; yo intenté ejemplificar el tema con los números, pero me parece que...
- Que se equivocó de medio a medio. A ver, esto que yo tengo aquí es...
- Una lapicera- afirmé cansado, aburrido, entendiendo que ya debería volver al día siguiente, pues la oficina 2849 estaría en esos momentos cerrando sus puertas al público.
- Judía, pues cree en el uno- y estirando una amplia sonrisa, me bautizó en el expediente. Cuando finalizaba la elaboración de sus bien formadas letras, al levantar la mirada, se encontró con tres dedos estirados de mi mano.
- Podría ser protestante, también, con ese criterio- y luego cerré la mano en un puño -, y también volver a ninguna...
- O a la judía, pues ese podrá ser el signo de ningún dedo, pero también es el de un puño o una mano cerrada- y riendo firmó y selló al pie de la página, y me la entregó: - Que tenga suerte en su nuevo empleo, si no lo discriminan por creer en el uno...
- En realidad, le confieso que yo, muy en el fondo de mí mismo, creo más en el cero que en el uno – dije a modo de despedida. El hombre me miró; apoyaba displicentemente un codo en el mostrador y sonreía con distante actitud. Le dirigí un gesto con la cabeza, tomé la hoja de papel, la doblé, la guardé en un bolsillo y me alejé por el interminable pasillo buscando la salida, pues ya habían pasado largamente las seis de la tarde.
Pero di vueltas y vueltas sin encontrarla. Por alguna curiosa circunstancia, no lograba orientarme correctamente; sospecho que por ser yo mismo un símbolo magro, insignificante del uno, y además (o tal vez) , por no descreer definitivamente del cero.
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