Feliz cumple, Gus.
“Please don’t worry now that I have gone
I’ve gone beyond to seek the truth.
When you know that your time is close at hand,
maybe then you’ll begin to understand,
life down there is just a strange illusion.”
Hallowed be thy name (Harris)
(La letra dice “see” pero Dickinson canta en vivo “seek”)
Buenomo
Apoyadas ambas manos sobre el marco de piedra blanca de esta muralla observo el prado circundante, la arboleda un tanto más allá, las carretas en el camino, la multitud de reses, la populosa aldea al final del sendero. Se oye el canto de ruiseñores, de gorriones, de zorzales, el gorjeo de palomas, la charla de los reseros, la risa de las aldeanas, los gritos de los niños.
Una tristeza, una nostalgia me produce esta imagen. Es que este sitio no es exactamente mi hogar. Debo resignarme: eso, es baladí.
Una cantidad imprecisa de horas atrás éramos jóvenes el mundo y yo. Y era justamente yo, la curiosidad vuelta persona. Mis ojos curiosos buscaron afanosamente y sin resultado alguno, criaturas fantásticas, civilizaciones perdidas, visitas extraterrestres, y emprendieron la más desesperada búsqueda de una compañía, comprensión o afecto —de amor, en definitiva— que bien pronto comprendí era la más mentirosa de todas las leyendas. Me resigné a mediana edad a que la vida —aún rodeado de gente— sea un derrotero solitario y azaroso desde la cuna a la tumba.
Caminar por las desiertas veredas de mi ciudad se fue convirtiendo por aquella época en mi hábito de madrugada. Mi talante rígido, mi puntualidad rigurosa, no hacían infrecuente que atravesara un sitio en mi caminata a la misma hora exacta un día tras otro…
Hasta que una noche un leve resplandor que flotaba junto a un banco de la plaza llamó mi atención.
En ese instante podría decirse que detuve mi marcha.
En realidad, con la perspectiva que dan los años, sería más correcto expresarlo como que cambié de vía. Pero esa noche sabía yo bastante menos acerca de las cosas que pueblan o gobiernan el orbe; y en el resplandor sólo encontré algo curioso a ser examinado.
El objeto tenía una dimensión indefinida pero pequeña. Quizás midiera un par de centímetros. Cometí la imprudencia de alargar mi mano hacia ese brillo verdeazulino.
No sentí nada, o para ser riguroso, no hubo sensación de tacto. Instantáneamente me vi inmerso en una especie de limbo de extensión indeterminable. Ese sitio estaba iluminado desde ninguna parte y desde todas a la vez. Entre la bruma lumínica fue formándose primero una insinuación, más tarde una posibilidad y por último la certeza de una figura con aspecto levemente humanoide.
El desconocido vestía ropa de extraños colores. Llamó mi atención que sobre su extremidad cefálica tenía algo que aparentaba ser una cabellera un tanto despeinada. Me observó efectuando una extraña mueca que interpreté como una sonrisa. Al articular un saludo, extendiendo a la vez su extremidad superior derecha —la cual culminaba en una especie de mano con cinco dedos (uno de ellos oponible)— reconocí que esa extraña criatura era un ser humano. Como yo.
Y que hablaba castellano. Como ustedes.
— ¿Donde estoy?— Fue mi primera e inteligentísima pregunta
—Para ser exactos, en ninguna parte— me dijo el extraño personaje— esto es el limbo de pasaje de un universo a otro.
El individuo en cuestión resultó ser el señor de las tierras orientales de Bonomo. Su nombre era Don Fracción de Gusto Bonomo, Señor de Gusto Bonomo, “La tierra del otro lado del charco.”
El señor de Gusto Bonomo, (Don Fracción para los amigos) era muchas cosas: un filósofo de la vida para algunos, un amante de la música para otros, un saltimbanqui con cara de ladrón de gallinas para Ovich, y un alma libre para mí. Era alguien que derrochaba simpatías por doquier y a quienes quizás por eso mismo, las mujeres (y algunos hombres) habían zaherido repetidas veces sin conseguir con ello empañar su mirada de hombre justo. Sin embargo, su afición por los tratados de Física cuántica, llamada en aquel universo Física incertidúmbrica o entre el vulgo de acá y allá magia o filosofía de despeinados sin pareja —dependiendo esto del ánimo del momento— había logrado alterarle el semblante.
Ecuaciones larguísimas llenaban las paredes de su casa, las computadoras de su taller y los pentagramas de sus canciones. Acudían a su casa científicos, músicos y payasos. No era infrecuente que se llevasen el consejo erróneo, siendo notable el equívoco aquella vez que la Filarmónica de Gusto Bonomo ejecutó (con gran maestría, es justo reconocerlo) la “Demostración de la inviolabilidad de la Segunda Ley de la Termodinámica en agujeros negros. En soles mayores ni fu ni FA” Opus 65 Conocida por mí como “La venganza de Hawking” o la performance cómica de la Física Karina Hielosec ante el Comité Superior de Física Teórica que culminó con la expulsión del mejor Físico del comité.
Fue muy aplaudida en cambio la ópera “El bardo” tocada con corneta, nariz inflada y peine por el payaso Zapatito.
El señor de Gusto Bonomo no lograba dormir, lo perseguía, lo acechaba, lo atormentaba una conclusión que se desprendía de sus ecuaciones: —Existen otros universos —se decía, y las ecuaciones que fue desarrollando subsiguientemente parecían confirmarlo. Pero como para afirmar algo en ciencia se debe poder verificarlo o falsarlo “Popperianamente” sólo podía afirmar que las ecuaciones no excluían la posibilidad de la existencia de otros universos. O mejor expresado, los pocos fenómenos extraños que estaban sin explicación satisfactoria podían explicarse todos con esa sola hipótesis del Multiverso. Así fue como terminé yo allí…
—El multiverso sirve para todo, botija —me dijo una vez
—¿Y para levantarse minitas también? —Pregunté. En esos años mi voracidad por las mujeres estaba exacerbada nuevamente, sería culpa de aquél universo que me ponía así.
—Sobre todo para eso: Algún universo debe haber donde todas las minas estén buenas y no rompan los quinotos. —contestó.
—Encuéntrelo Fracción, encuéntrelo —creo que le dije riendo.
Él desapareció al otro día. Me imagino en cuál universo está viviendo ahora.
En un universo cuyas dimensiones son todas perpendiculares a las de aquél del cual provengo, sin posibilidad alguna de superposición. Dicen los teóricos que es imposible retornar salvo a una aproximación aceptable del universo original, a una especie de copia casi igual excepto por algún detalle ínfimo, con probabilidad de notarlo despreciable.
Sin embargo a mi regreso no he podido refutar esa teoría:
Frente a mí se alzaban majestuosas las blancas murallas de la ciudad sin tiempo. Sus puertas abiertas y su gente me acogieron afectuosamente.
(Si digo que no pude refutarla es porque justamente la única manera de hacerlo era retornando a mi universo original, sin posibilidad de ninguna discrepancia.)
Se dice que todas las fábulas tienen algo de real, yo pienso que todas las realidades, algo de fábula.
Omni fabula e fabula.
|