Se pasean como fieras enjauladas, sus manos se contraen en actitud de dolorosa impotencia, sus ojos, inyectados en sangre, parecieran dibujar en sus pupilas, terribles anatemas. Ya nada es lo mismo ni nada será lo mismo, las puertas se han cerrado detrás de ellos y no se les franqueará el paso a menos que sean exorcizados, a menos que renieguen de ese dios que se les metió entre los huesos y les exige permanente adoración. Vastos campos son ahora los templos en donde se adorará a esa deidad, sólo el cielo, el sol y las estrellas serán testigos de esta sagrada liturgia de labios sedientos y manos agarrotadas. Y las oraciones serán silentes espacios en los que se dibujaran las más descabelladas imágenes. Serán miles los que arrastrarán su angustia por ese dios del cual pretenden despojarlos, ejército de seres contritos a los que se les trazó un círculo que no podrán sobrepasar, una regla voluntariosa que tratará de aniquilarlos.

Uno de esos desdichados seres, extrae un pequeño catafalco y saca un cilindro blanco como su mente obnubilada. Luego recurre al dios del fuego para que en concomitancia con sus deseos, se cree esa trinidad augusta, sensual y venenosa. Volutas de humo blanquecino se elevan alrededor del hombre y este sueña que ha alcanzado su libertad mientras otro ser pasa a su lado tosiendo imprecaciones…

La Ley Antitabaco en Chile es lo suficientemente drástica como para tratar de desalentar al mejor de los fumadores. Yo no fumo...