I
Estoy desnudo.

Intento concluir un coito civilizadamente. Hay un cuerpo blanco bajo el mío. Por ratos lo veo y no sé qué demonios hace ahí. Es muy blanco, te digo. Si lo continuo observando de seguro me vuelvo ciego o loco y comienzo a gritar pidiendo misericordia al cuadro de Jesucristo que ahora me observa. “Perdóneme señor por que yo he pecado, salvajemente he deseado el cuerpo de mi hermana…” Sin embargo, el cuadro no responde y se queda quieto mirando al vacío y el vacío a veces es un cuerpo de nieve. ¿Cómo puedo estar seguro de qué es un cuerpo? Escucho gemidos, palabra tras otra como en una oración pero no entiendo y parece que ella está cantando en alemán y yo soy de esos imbéciles que dicen: “No entiendo la letra, pero ¡no oyes qué bien suena!” Podría ser una mujer o una perra o un bulto de carne cruda con una grabadora atada. Me imagino sacándole la piel, pelando toda esa epidermis láctea y encontrando carne fresca palpitante y sé que no aguantaría…Tú dices: Asco. Yo digo: Hambre. Me muevo más rápido. ¿Cuál era su nombre? ¿Nancy? ¿Courtney? ¿Julia?
“¡Dime, perra, cómo te llamas! ¡Maldita, no me importa cómo se llame ÉL!”
Más rápido.
Más rápido.

Estoy desnudo.

El bulto gira y mueve la boca. Su maquillaje chorreado. La belleza es tan subjetiva. Ella es subjetiva.
Su nombre es Sheila.