- Paquito, quédate vigilando, me apuntas a los que armen alboroto...
-Si, Don Antonio.
Estaban todos en fila, pegados a a la pizarra, los ojos muy abiertos, las caras desencajadas, una bofetada tras otra y Pedro rezando que ocurriese lo que fuera para que no llegara hasta él, el último de la fila se llevaba el guantazo más fuerte. Pero eso nunca ocurría, tenía frente a él a Don Antonio, la cara roja, las cejas encrespadas, pupilas brillantes y el diente de oro.
Cuando movió la cabeza para evitar el golpe y salió a correr supo que había hecho lo peor, lo agarró por el cuello de la camisa, lo levantó un palmo y esa enorme mano estallo conta su cara y oreja.
Entró en casa gimoteando y con los pantalones mojados, su padre estaba sentado en el sillón y al verlo le hizo un gesto...
-Don Antonio me ha pegado.
-¿Dónde?
- Aquí -Pedro señalaba su dolorida mejilla-
Tenía los ojos cerrados pero la bofetada de su padre en la otra mejilla le hizo caer al suelo, no sabía si llorar o salir despavorido, se levantó del sillón y lo izó agarrándolo de un hombro.
- Algo malo habrás hecho y no me llores que lo único que me faltaba era un maricón en casa.
Su madre cerró la puerta de la cocina y siguió canturreando esa coplilla mientras terminaba el estofado de carne...
El valiente ha sido valiente
hasta que el cobarde ha querido... |