Alejandro Cáceres poco sabía de matemáticas y de ciencias, pero no le hacia falta sacar tantas cuentas para intuir, que esta vez, no llegaría a fin de mes. Caminó triste y solitario por los largos pasillos de su nuevo hogar. Solo un pensamiento se había apoderado de su aturdida mente. —Debo llegar a fin de mes—, se repetía a cada momento, como si eso le fuera a dar fuerzas para aguantar la malaria.
Recordó que todo había comenzado no hacia mucho tiempo atrás y también sabía que como todo lo bueno se olvidaba, lo malo quedaba, inexorablemente, grabado a fuego en el alma.
Alejandro Cáceres, de sesenta y seis años de edad, había nacido en el medio del campo, entre vacas, gallinas y perros. Allí forjó un carácter fuerte y determinante; no había animal que lo sobornara ni noche oscura que lo intimidara. Miró hacia atrás en el tiempo y percibió que los buenos recuerdos aun estaban y que su corazón, ahora abatido, dejaría de funcionar solo por cuestiones del destino. Alejandro Cáceres había desembolsado toda su fortuna para impedir su muerte ya anunciada. Agotó todas las instancias para sobrevivir pero fue en vano. Su día estaba fijado. Se acomodó en la cama, observó por la ventana en busca de ángeles desconocidos; él ya no pensaba, solo recordaba.
— ¡Puta madre!—exclamó en el hospital, — yo no voy a morir. Avisen a la parca que si por mi viene que se vaya yendo nomás, que hay Don Cáceres por mucho tiempo mas. Tengo campos por sembrar y muchas tierras que labrar.
Su maltrecho corazón no soportó la excitación y se partió en dos. El 15 de Octubre de 1949, Don Alejandro Cáceres, falleció.
— Pobre viejo— dijo un inexperto aprendiz de medicina, —se cansó de luchar…
(Fin)
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