En cierta forma le conocí sólo hoy. Supe someramente de su vida, de sus enfermedades, de los suyos. A cada momento, alguien llamaba para dar a conocer el estado de salud e intuía por simple identificación, el vía crucis de sus familiares. No supe nunca su nombre, no lo conocí, pero a través del dolor de su gente, le creé un rostro, le agregué gestos, lo individualicé. A las once, en la adolescencia de este conocimiento, se debatía entre la vida y la muerte. Más tarde, al medio día de esta existencia, se mantenía estable en su gravedad. Yo, continuaba dibujándolo en mi acervo y estableciendo un somero retrato de su existencia.
En la tarde, era inminente su deceso y cuando el reloj marcaba las ocho de la noche, una llamada abrupta anunció su fallecimiento. En veinticuatro horas nació su imagen en mi mente y antes que finalizara el día, partió al encuentro con la inmortalidad. Nunca le conocí y sin embargo le ví desarrollarse en su agonía y apagarse como una fugaz estrella…
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