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¡GOOOOL!
Por Víctor H. Campana
Como una flecha me lancé para bloquear la pelota que, disparada como una bala, venía a meterse en la esquina derecha del arco casi rozando el suelo.
Fue un tremendo disparo del centro delantero, un jugador formidable y veloz y el goleador del equipo contrario, desde unos 15 metros de distancia en el último minuto del encuentro. Mientras volaba en el aire oí, como una tremenda explosión, el grito ensordecedor de los espectadores que llenaban completamente el estadio, ¡¡¡GOOOOOOOOOOL!!!
Apenas alcancé a tocar la pelota con la punta de mis dedos, me estrellé contra el suelo y rodé como una bola por varios metros. Algunos de los jugadores saltaron sobre mí y choqué con otros que cayeron encima de mí. Y allí quedé tendido en la gramilla sobre mi estómago por un tiempo que me pareció interminable. La verdad que me sentí completamente derrotado y de pronto me faltaban las fuerzas para levantarme. Estaba esperando el pitazo final del árbitro para salir triunfante de esta difícil jornada frente a un equipo que era el favorito de la opinión deportiva cuando se produjo el último avance hacia mi arco. Fue una jugada espectacular. Un delantero de mi equipo cometió una falta y el árbitro sancionó con un tiro libre desde la media cancha. El árbitro miró el reloj y dio la orden de patear. Todos sabíamos que estábamos al final del tiempo y que no había chance para un gol. Por seis ocasiones había logrado bloquear disparos que parecían goles hechos y no esperaba un séptimo ataque fulminante. El que cobró la falta hizo un pase largo al delantero izquierdo que tomó la pelota al vuelo y la pasó al centro delantero. Este gambeteó para burlar al defensa y en el breve instante que vio el campo despejado, disparó el cañonazo final del partido.
Y allí estaba yo, tendido de bruces, apuñeteando furiosamente el suelo y hundiendo mi cara en la gramilla tratando de ahogar mi angustia. Me sentía completamente frustrado y enojado conmigo mismo porque no alcancé a atrapar la pelota que me ganó con unas pocas pulgadas de distancia. Cuando finalmente me levanté ayudado por mis compañeros de equipo, vi que el estadio era un pandemonio. Todo el mundo gritaba, saltaba y aplaudía. Estaba mirando desconcertado a la concurrencia cuando sentí que me elevaba en el aire. Mis compañeros me levantaron y llevaron a hombros a la mitad de la cancha, frente a la tribuna principal. Habíamos ganado el partido por UN GOL a CERO. Al tocar la pelota con mis dedos había logrado desviarla lo suficiente como para que no entrara al arco y saliera fuera de la cancha rozando el travesaño, convirtiéndome así en el héroe de la jornada.
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Texto agregado el 14-01-2004, y leído por 159
visitantes. (1 voto)
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Lectores Opinan |
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15-01-2004 |
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la sique de un portero es digna de estudiar, yo soy de los que digo que no me gusta el fútbol porque soy del Betis,pues en 97 años de historia 2 alegrias. barrasus |
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