“Ella Pertenece a Ellos…”


“Ella de nuevo ocupa mis pensamientos, aquellos que forman parte del terreno vedado a su persona, su pálida tez, sus finos labios y sus peligrosos ojos azul zafiro son la perfidia causante de mi estancia en el sendero de la perdición, Quisiera despreciarla pero aquella pericia para entorpecer mi cordura resulta más fuerte que mi propia dignidad, intento ocultarme bajo el manto del engaño pero ella…ella pertenece a ellos…

Ahora me encuentro envuelto entre la soledad y el abandono, sus frías mentes siguen siendo armas que parecieran encausadas por el mismo mal ante mi triste desvalijamiento, mi mente impávida observa un torrente de emociones que se aferran a no dejarme escapar mientras ellos sencillamente acaban con nosotros…”

“Kumba, Kumba”, escuchaba mi nombre con dificultad entre tantos pensamientos, Shubari, uno de mis amigos, estaba afuera de nuestra modesta cabaña azotando la puerta con fuerza, pidiendo ayuda, exigiendo auxilio, gritando con intensidad rogando que le abriera, pero yo ante una extraña muestra de abandono no propia de mi afanosa personalidad, me limite a dejarlo afuera cubriendo mi memoria con los últimos minutos antes de su alarmante llegada…

“ Recorría con una vertiginosa visión mi cabaña que en aquel momento se encontraba presa de la más prolija monotonía, todo permanecía en esa perpetua hosquedad que en algunas ocasiones nos produce desconfianza, la oscuridad del lugar, el agobiante silencio e incluso las inquietantes dagas parecían formar parte de un estético escenario encargado de seducir al terror que me causaba permanecer en aquel lugar, ellos ya se encontraban afuera llevando a cabo con absoluta precisión todo lo trazado en su mezquino plan, la sangre, el dolor y el desconsuelo eran elementos primordiales para consumar nuestra desgracia, aquella que el destino había confundido con una simple estulticia o ¿que otra explicación podría encontrar ante tal indiferencia hacia nuestro sufrimiento?

Quizá cometimos el inconcebible pecado de pensar con racionalidad y sentido común, de tener un fin que distaba del placer de asesinar, o de simplemente conocer el significado de la palabra sensatez, pero cualquiera que haya sido su motivo al querer aniquilar a nuestra “deteriorada raza”, como ellos gustaban definirla, ante los ojos de cualquier ser humano con suficiente juicio su conducta sería digna de la más sinuosa vergüenza…”

Los suplicantes gritos de Shubari poco a poco fueron alejándose de mi cabeza, “ellos han acabado con nosotros”, me repetía con asiduidad ante un firme deseo de venganza, mientras los recuerdos rasgados por la frustración y la nostalgia continuaban apoderándose de mi…

“Ella ya se encontraba dentro, me miraba con desdén cuando ellos nos observaban desde fuera, yo me encontraba invadido por la furia que me causaba el descubrir la realidad , ella solo había significado la carta, la clave, el instrumento utilizado para llegar sin dificultad a su lacónico objetivo.

Nuestras miradas, repletas de furia y desprecio, se cruzaron y el incesante silencio solo era entorpecido por los distantes gritos de la gente que se encontraba afuera, yo ya estaba condenado por el simple hecho de ser diferente pero ella…ella que podía salvarse decidió condenarse también…

Tomo con una ascendente frialdad la daga que se encontraba sobre la mesa para después dirigirse hacia mí con una exuberante superioridad y sin siquiera flaquear un poco la enterró en mi pecho ocasionando que cayera prontamente sobre el suelo…

Ante mi asombro ella no siguió, salio apresuradamente de la cabaña con un dejo de espanto en su rostro, por un segundo pareció arrepentirse, pero no hizo más que salir y azotar la puerta con frustración…”

Ya no tenía caso luchar, aquel efímero momento había significado el fin de todo y lo que en algún momento pudo llegar a ser correcto ahora se convertía en una simple tontería y por primera vez libre de su inequívoca inmadurez y de su peculiar inexperiencia, lo entendió:
Ella pertenece a ellos…

Pamela Loubet