EL ZAPATO ABANDONADO
Era primavera y las mañanas en estos días están llenas de un sol que saluda a las flores y pájaros con sus brillantes rayos. Uno de ellos se filtraba por la ventana del dormitorio de los niños que dormían en su interior, y lenta pero juguetonamente, se posó sobre la nariz de Sote haciéndole despertar. El niño de un salto se puso en pie, y abriendo la ventana, dejó que la habitación se inundara de luz. Fue entonces cuando le vino una idea a su cabecilla: “Hoy no voy al cole”. Eso pensó y eso haría. Y es que a Sote le gustaba correr por el campo, subirse a los árboles, revolcarse sobre la hierba e imaginarse grandes aventuras, las cuales se las narraba a su hermana, que era un año menor que él. Ella le escuchaba extasiada, casi conteniendo la respiración.
Sote era un niño alegre e inteligente. Su fantasía era poco común para su edad, pues ya desde muy pequeño inventaba fantásticas historias de cualquier cosa que encontraba en su camino durante los largos paseos que daba junto con su hermana Canti, la cual tenía una larga melena rubia que se recogía en una trenza que le llegaba hasta la cintura.
Despertó a Canti y le explicó su plan. Ella entusiasmada lo aceptó y después de lavarse sin jabón, peinarse sin peine y dar un beso a su madre, se despidieron cargando a sus espaldas las carteras, pues mamá no debía sospechar lo que tramaban.
Y cogiendo dos manzanas de la cesta de la fruta, salieron corriendo en dirección al colegio, pero cien metros antes de llegar, se desviaron hacia la izquierda y escondieron sus carteras en su escondite secreto, el hueco del tronco muerto de un gran árbol que fue atravesado por un rayo hacía unos años. Allí guardaban sus tesoros: Tirachinas, tuercas brillantes, botones grandes de colores, una cuerda, dos pelotas viejas, piedras con formas caprichosas, tres cuentos a los que les faltaban alguna página, etc.
Mordiendo sus manzanas, iban corriendo de acá para allá, cuando Sote hizo un descubrimiento fantástico: Un zapato abandonado.
El niño quedó parado de pie frente al mugriento zapato, del cuál ya no se podía saber cual había sido su color original.Con suavidad, casi con respeto, Sote le dio la vuelta. Entonces le pareció que en él se encerraban historias apasionantes como que, el dueño del zapato debió recorrer con él caminos llenos de aventuras y peligros.
Quizás en una huida lo perdió, no pudiendo pararse a recogerlo porque sus perseguidores ya casi le daban alcance.
El niño, casi sin parpadear y mirando fijamente aquel gran zapato, llamó a Canti. Ella, sin soltar la mariposa que acababa de cazar, corrió hacia dónde su hermano estaba y después de mirarle a la cara, no le hizo falta preguntar qué quería, porque siguiendo la dirección de su mirada, pudo ver también aquel zapato sobre el suelo. Ella al verlo exclamó: ”¡Que asco!”. A lo que su hermano indignado le respondió:
”Calla, no ves que este zapato perteneció a alguien, quizás a un pobre hombre que huía solo por haber robado un melocotón de la huerta del tío Blas, o... a lo mejor... a un asesino”.
Canti empezaba a asustarse y ya ni oía a los pájaros cantar. Instintivamente separó los deditos que aprisionaban las alas de la mariposa y esta, con vuelo dificultoso, se alejó volando. Como un susurro, Canti preguntó: “Oye, ¿tu crees que el señor que lo usó estará por aquí escondido?”. Sote, mirando a derecha e izquierda, se aproximó más a Canti y tomándola de la mano, le dijo: “Tu no te separes de mí y escucha...” Y cogiendo con la otra mano la pieza de calzado, añadió: ”... yo creo que el hombre que usó este zapato tan grande, era un vagabundo que seguramente tenía su cueva por aquí cerca. Se alimentaría de la fruta que cogía de los frutales del río y de las gallinas que robaba de nuestro corral”.
La niña le interrumpió y le dijo: “Pues a lo mejor solo se lo quitó porque le hacía daño porque... mira”. Y señalando en su interior un pequeño bulto, añadió: “Le tenía que apretar en los dedos, ¿ves?”. Sote dijo: “Quita, déjame ver...” Y palpando su interior, pudo comprobar que efectivamente, en su interior había un pequeño paquetito bien agarrado en la puntera.
Sote, intrigado y curioso, decidió averiguar qué era aquello y tirando fuertemente del extraño paquetito, pudo por fin hacerse con él y Canti, sin dejar de morderse las uñas, le dijo: “Ábrelo, ábrelo ya”. Así lo hizo Sote y de pronto se encontraron entre sus manos con un medallón.
En él había una fotografía de una señora con dulce sonrisa. Le dieron la vuelta y por detrás había una inscripción que decía: “Hijo mío, este medallón te dará suerte mientras lo lleves puesto”.
Después de leerlo, los rostros de los niños pensativos y tristes, se miraron el uno al otro y ambos tuvieron igual pensamiento: “Su madre le quería mucho y cuando se separó del medallón, debió de sucederle algo malo, quizás aquí mismo murió”.
Sin pronunciar palabra, Sote guardó de nuevo el medallón en el interior de aquel hoyo. Canti depositó sobre él, una margarita y Sote comenzó a enterrarlo.
Cuando hubieron terminado, los dos hermanos se dieron la mano y después de dedicar al lugar del “entierro” una última mirada, se alejaron de allí despacio y en silencio.
Tomaron de nuevo sus carteras y se dirigieron hacia el colegio.
Por llegar tarde, el profesor les puso de castigo hacer una redacción a la hora del recreo. Y aquel día el profesor se sorprendió favorablemente del trabajo realizado por el niño, pues era una gran historia de un vagabundo que perdió un zapato.
A la salida del colegio, los niños se dirigieron apresurados a casa y dieron el beso más fuerte que tenían, a su madre.
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