Fabricio era hijo único. Hace unos días había cumplido nueve años y estaba feliz porque su padre le había comprado, además de una bicicleta como para de su edad y un PlayStation2, un maletín de mano con tres pistolas para matar desde terrícolas hasta seres espaciales de todas las maneras posibles: la primera disparaba rayos que, según el color, perforaban o desintegraban; la segunda, ondas que, de acuerdo a la intensidad que le diese, inmovilizaban o descuajaringaban; y la tercera era una pistola con cacerina y silenciador y todo.
Con la de rayos había perforado la cabeza de la profesora, al dispararla en color violeta, al día siguiente que llevó la pistola al colegio, para que nunca más dejara tarea. Y funcionó, porque ese día no les dejó para la casa. De la pistola de ondas no sabía exactamente en que consistían sus poderes, hasta que su padre le explico: “es como la Chicharra Paralizadora y la Pistola Descuajaringadora del Chapulin Colorado, sólo que dos en uno y moderna”. Quedó maravillado. La tercera la había visto en las películas que su papá veía, la que usaban los agentes secretos, los policías y hasta los malhechores. También la había visto en el cajón de su padre. “Pero esa sí es de verdad”, se decía.
El lunes fue al colegio con la pistola que se parecía a la de su papá, estaba furioso, y la había llevada completita: con toda la cacerina llena y el silenciador. La había llevado porque hoy iba el “desgraciado”, como había dicho su padre, y también su madre de aquel sujeto: “el desgraciado va los lunes, miércoles y viernes al colegio”. Había escogido esa pistola porque era con esa con que se matan a los desgraciados, recordaba a un policía de las películas que veía su padre: “estos desgraciados son un problema, hay que meterles un balazo”. Y estaba furioso porque el viernes le había parecido que su mamá discutía con su papá por lo que hizo aquel sujeto:
_ ¡Esta vez sí que se pasó ese desgraciado! –gritaba su madre-. Me metió la mano incluso, y delante de Fabricito.
_ ¡Qué le pasa a ése miserable, qué no sabe respetar, acaso no entiende! –furioso y sorprendido, su padre-. La otra vez ya le pegué duro, le rompí el alma. Y no entiende!
_ Esperas que un tipo como ése, que siempre ha sido un oscioso y un borracho, todo un delincuente, te haga caso después de todo.
_ No, pero después de la paliza que le di, supuse que sí.
_ No pues, no te ha hecho caso.
_ Tengo que acabar con este problema de una vez por todas, este desgraciado nunca me va a entender –dijo él, y guardó silencio un momento, como si estuviera pensando en algo y luego preguntó-. Cuándo va ese desgraciado al colegio.
A salir del colegio, vio a su mamá que lo estaba esperando, pero sin su padre. Su mamá lo recibió como siempre: con un beso y un abrazo, preguntándole que tal le había ido hoy en clases. Y él estaba alerta, con la pistola dentro del pantalón y la camisa afuera, se había arreglado como en las películas. Su mamá se dio cuenta de la camisa y cuando estaba por colocársela dentro del pantalón, la directora la llamó a la dirección. Fabricio quedó solo en la puerta de salida, su madre le había dicho que lo esperara allí por si llegaba su papá. En eso apareció el sujeto, Fabricio se colocó delante de él, como amenazándolo, y con la mano derecha sacó la pistola del pantalón, le apuntó en el abdomen y jalando el gatillo pensó: “muere, desgraciado”.
Cayó al suelo de espaldas, estaba ensangrentado, inmóvil, con los brazos extendidos. Fabricio se sorprendió del poder de su pistola y del sonido que hizo, incluso con el silenciador puesto. "Y eso que es de juguete", pensó. Después de unos segundos volteó asustado, parecía real lo que había visto, vio que su papá estaba atrás de él y fue corriendo a abrazarlo. Su padre lo abrazó también, se llevó una mano al pantalón, sacó el arma que estaba dentro y le dijo: “te tengo un juguete nuevo, es una pistola con tambor, pero ahora guárdala en tu mochila que llegando a casa la vemos”.
Lima 26 de Dicembre de 2003
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