Por Rocío Navarro
Atrás quedó un salón enorme con humedad de hospital. Atrás quedó una escalera larga y desodorizada. Arriba, entre paredes con caspa de cemento, una mujer hecha sonrisa se devora al recién llegado. Un hombrecito con pantalones arremangados hasta la rodilla, la cara pintarrajeada y tres latas pendiéndole del cuello, le susurra un secreto a la sonrisa. Se trata de un Bardo Viviente que por 10 centavos te recita un poema de Giuseppe Ungaretti, por 25 uno de Óscar Hanh, y por 50 uno Alejandra Pizarnik. Ese es Tony Salazar, del Taller Ananga Ranga. Y esto es la 2da Maratón Cultural de la Región.
El sol se vuelve azul en Resistencia pero la alteración cromática no trae fresco al cielo de este galpón derivado Centro Cultural Alternativo. Agosto de ojotas y musculosas en el que, dentro de un ratito no más, no tardarán en aflorar los descartables, botellas de gaseosa que pasaron a mejor destino dejándose inundar por ese líquido amarillento cuyos derechos de autor los alemanes se esmeran en subrayar. El desenfreno de la transpiración contrasta con la solemnidad que se ve bajo la mesa del primer panel: los 3poetas3 que la Alta Escuela Literaria llamaría nueva generación visten prolijos zapatos negros.
Afrontando estoicamente el reflector, escoltado por la presencia gruesa de la barba de Daniel Acosta Velásquez y la postura caballeresca de Aldo Valesini, la jorobita dulce de Luis Argañaraz deja salir algunas palabras sobre lo que él comprende como su poética. El programa recuerda el hilo conductor del encuentro: “El dedo en la Estética, porque detrás de toda poética hay un modo de ver la realidad”. Allí va Luis entonces: “…para salir / de condenados / implacables condenemos / a la pena de vida al implacable / sin trepidar hasta arrojarlo / al fondo de su odio con un solo / golpe certero de tiempo y de belleza”.
Mientras las palabras de Luis flotan en los rostros tenues de quienes lo escuchan, al otro lado de una improvisada mampara hecha de restos de escenarios penden pinturas hechas sobre cartón y diarios, oscilan presencias jóvenes y no tanto, vagabundea extrañada alguna familia convocada por los zanquistas que casi dos horas antes dieron inicio a la Maratón con una vuelta a la manzana. Abundan saludos con dos besos en los cachetes, como abundan mesas con libros made in casa, editoriales artesanales, que les dicen: las anfitrionas Cospel y Ananga Ranga, las porteñitas El Asunto y Cencerro.
Desde algún rincón, una voz detrás del inalámbrico anuncia que dos hombres debatirán sobre una escalera el terror de quien no piensa por sí mismo. Media hora después, dos veinteañeros salen conformes con la puesta teatral de Segundas opiniones, de Griselda Gambaro. El cronograma asegura que sigue un panel sobre Actualidad de la poética borgeana. Cuentan las monedas y confirman que es momento para ir por una cerveza: “¡Estoy podrido de gente hablando sobre Borges!”, dice el pecho detrás de una remera de The Doors. “Les gusta el olor a naftalina... ¿Por qué no hablan sobre la poética de Arbit? ¿Alguien leyó a Arbit?”, retruca un morral de jean. Esta cronista desconoce las respuestas. Pero está segura de que Gambaro podrá dormir tranquila.
Afortunadamente (para los chicos del párrafo de arriba ¡claro está!), los sondeos sobre Jorge Luis no se extienden demasiado y ceden lugar a las cancioncitas latinoamericanas de Konangai. Mientras muchos se acomodan alrededor de los músicos, otros dan libre albedrío al murmullo físico y mental, charlan, fuman, beben, miran fotos o pinturas, leen. “Una mujer salida de un cuento de Bukowsky”, dijo uno de los poetas presentes sobre Gaby Vex, que hace correr entre los índices pulgares mayores anulares y chiquitos su nueva novela. Una chica de pantalones anchísimos descubre golosa un anuario 2006 hecho de volantes para fotocopiar: “Cada 45 minutos muere un niño de menos de un año. La causa es la desigualdad económica. En el Norte (Chaco-Formosa) el riesgo de muerte infantil es tres veces mayor que en Buenos Aires”, se entera en uno de los flyers de Iconoclasistas . Acto seguido, alienta a una amiga a comprar por $5 un ensayo sobre Estrategias para el cambio social.
10 campanadas imaginarias dan inicio a la última mesa de diálogo. Y, ahora sí, bajo el mantel blanco se desparraman cinco pares de zapatillas y unas femeninas botas rocker. Encabeza Leonor Silvestre (Bs.As), especialista en Literatura Clásica. “Así como me ven”, ríe. Con la cabeza semirapada y una remera que reza Free Winona en honor absurdo a la ladrona Rider. Así la vemos. Y oímos sus descargos sobre la ausencia de otras presencias congéneres y la imposibilidad de definir/se una estética que está en constante búsqueda. Leonor lee poemas inspirados en La Odisea. Y a cada gesto protesta como quien respira, así de cotidiano. En la misma línea de no-definición estética, le sigue Lucas Ameri resoplando agitado uno de los cuentos de su Último Silencio. Y, enseguida, como si se le infiltrara en el cuerpo el temple de un párroco personaje de XmujeresX, José Fragua da lectura a dicho cuento, explica que lo atraen “ciertas desequilibradas” y que a su poética hay que sumarle la firme creencia en un proyecto de editorial autogestionada como lo es Cencerro (Bs.As) .
Pablo Strucchi es un chabón. Nació con la voz etílica, las canas prematuras y los huesos inquietos. Desde el 2001, se dedica exclusivamente a editar libros y construir redes: viaja por el país con dos mochillas cargadas de libros editados de manera independiente. Aúlla cual recién nacido los párrafos del Epílogo de su novela el)(asunto , homónima de su proyecto: “El Mercado lanza un certero derechazo que se disipa en el aire. Intenta entonces con un gancho de izquierda. Lo mismo. Ya no hay contrincante”. O sí, pareciera sugerirle en sorna Alejandro Schmid desde la presentación de Cospel. La editorial nació el año pasado, lleva editadas dos antologías con autores de la región y cuatro libros de autor. Y lo que es mejor: parece que se puede vivir de esto, dice desde un pelo largo prolijo que no sería ni el orgullo de un hippie ni el de una madre. A su lado, cerrando la mesa, jugando con él a los poetas malditos, Mario Caparra acomoda su chaleco: “…cuando me topo (generalmente en televisión, generalmente en canal 13, generalmente de noche) con un hecho presuntamente estético del que siento que no aporta a nadie nada diferente de sí mismo, nada que no preexista en su conciencia, nada fuera del lugar común, la automasturbación y la complacencia, en ese momento recuerdo de modo indiscutible por qué todavía escribo”.
El grito struchiano de ¡Salud y Anarquía! cierra el encuentro, cuyo tercer tiempo se jugará en un bar cercano. La marcha hacia el antro permite respirar. Quizás, la estética generacional tenga que ver con proponer la salida de una mirada contemplativa, con el hacer: “Hacer y, después, corregir. Pero hacer”, dijo alguien y despertó adhesión. Y es un hacer comprometido estéticamente en tanto, como expresara Argañaraz: “El escritor trabaja, se esfuerza para convertir el silencio en palabra; no cualquier palabra sino la palabra que justifique romper el silencio preexistente… tarea nada fácil suplir la perfección del silencio con la imperfección de todas las palabras. Imperfectas, porque están vivas”.
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www.cencerro.tk
www.elasunto.com.ar
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