En ese pueblo polvoriento y mal oliente nadie se interesaba por la música, mucho menos por el blues. Joe llegó con su guitarra y con buena disposición para ganarse el pan a golpe de doce compases. Fue inútil. Nadie salió a escucharlo, nadie salió a callarlo. Joe le cantó al sol y al polvo sus letras nostálgicas de abandono y soledad. En ese pueblo la letras perdían su fuerza; la realidad seca del lugar se tragaba tranquila cualquier intento ajeno de tristeza.

El aire soplaba caliente. Las cuerdas de la guitarra vibraban, la voz retumbaba en la seca garganta del forastero.

Sin aviso lo rodearon. Primero dos, luego seis, más tarde el pueblo completo. Escuchaban el blues, su triste letra y los compases profundos.

Alguien destapó un galón de gasolina, otro prendió el fuego y tres de ellos cogieron con fuerza a Joe para que no se escapara.

No se escapó.

Lo dejaron correr cuando la fogata encendía al máximo.

Por allá iba Joe, como antorcha de la libertad, gritando de dolor.

“En donde se encuentren más de dos en mi nombre, allí estaré presente”

El blues se hizo presente en ese pueblo de mierda…