Anoche fui a acampar a una playa. Quería alejarme de la cotidianeidad, dormir de forma incómoda, pasar frío, luchar contra el viento para encender una fogata, pero por sobre todas las cosas, oír el mar. Oír el suave relamer de las olas en la lisa orilla de aquella playa, a ratos sedante, a ratos incitante, y dormirme mecida por el canto del líquido en movimiento.
Al caer la noche, y con el estómago en calma, arreglé el saco de dormir y me deslicé dentro, deleitándome de antemano por mi genial idea para pasar la noche del primer día del año. Acomodé mi espina al rígido suelo y recliné mi cabeza en una almohada improvisada con una chaqueta y el envoltorio del saco. Un profundo suspiro de satisfacción y agucé el oído para embelesarme con el sonido del mar... De pronto una conversación lejana me distrajo. Voces alegres y distorsionadas se estrellaban contra las paredes de la carpa. Cada vez más cerca, pero no más claras. Voces festivas, jóvenes. No pude evitar tratar de seguir la conversación, más no había conversación que seguir. El trago y la noche hacían danzar las ideas y tropezar entre ellas, confundiéndose, disipándose, trastocándose. Las carcajadas subían y bajaban, pero no se extinguían. A la sinfonía se unía a ratos el sonido de las botellas y una que otra onomatopeya de extraña procedencia. Nada que hacer, del mar ni rastro. Se había marchado por completo. Poco a poco las carcajadas fueron menguando, pero el mar no aparecía... Los brazos y piernas más ligeros... El suelo menos duro... La carpa más lejana...
Inspiración rápida y corta. Urgencia por abrir los ojos y notoria dificultad para hacerlo. Vuelvo a la carpa. Estoy despierta. El mar. No lo he escuchado aún. Tengo otra oportunidad. Recupero el sentido de la audición para descubrir con desagrado el motivo de mi despertar. El sonido trepidante de un motor allá afuera. Fuerte, baja, fuerte, baja. Está dando vueltas por la playa, debe ser un todo terreno a algo así. Ya no se oyen las risas festivas, solo el motor yendo y viniendo. Mi oído lo sigue hipnotizado. ¿Se aleja?, no, sólo extiende el diámetro de la elipse que describe. Vuelve... se va... vuelve... me voy...
Un dolor horrible en mi costado izquierdo. Suelo dormir de lado, mi cuerpo está habituado a perseguir esa posición. Parece no ser tan buena idea en este suelo. Vuelvo a la posición necesaria, vista al cielo de la carpa. Hace frío, se cuela el aire por algún lado. El saco es más ancho de lo que recordaba, hasta cabría alguien más. Lo doblo para ajustarlo a mi cuerpo, me tapo hasta el mentón, realmente está helada la noche. De a poco vuelvo a abrigarme. El calor tiene un extraño poder sedante...
¡Otro ruido!, ¿Celular?...No, es el despertador. Son las siete y aún hace frío. Debo arreglar las cosas para irme. Ya está claro. Hay que desarmar la carpa, guardar todo, buscar un tacho para la basura. Afuera está más helado aún. La chaqueta-cojín está dentro de la carpa.
Las gaviotas chillan, deben tener hambre, yo lo tengo. Levanto la vista distraída y lo encuentro. No hay risas festivas... No hay motor... Aún me duele la espalda, pero... Cierro los ojos y suspiro. Ahí está, fiel, a ratos sedante...
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