Descanso Dominical
Esa apacibilidad de las tardes de domingo. Esa apacibilidad de perro echado donde el grifo gotea. Hace calor, pero no ese calor avasallante que te seca la lengua. Hay viento, pero no ese viento que atropella y te llena de polvo los ojos. Es hora... sin dudas es hora de estirar las piernas y el alma, que los pies dejen de flojear, ya habrá bastante tiempo para ello durante la semana sentado frente al computador. Es hora de un café, de un té bien helado que congele la garganta. Poca gente. ¡Dios! Esa apacibilidad. Si no estuviésemos aquí. Dos chicos duermen tirados en un banco de la plaza. Los árboles no hacen más que proteger al sol de nuestros ojos, no hacen más que protegernos de las luminosas extensiones del astro rey. Ahí estoy, sin prisas, apacible, con mi té helado, sonriéndole, no es la primera vez. Ahí esta ella, siempre recordándome, venida a menos, con la sonrisa horizontal y vertical a punto, con los ojos brillando porque la curvatura de mis labios han sido un descanso a sus deberes trasnochados, sin la lengua seca, sin polvo en los ojos, con la garganta congelada, como una niña que bebe de un grifo que gotea. Ahí está ella sin saber que la curvaturas de sus gruesos labios son una hamaca para tanta apacibilidad en mi corazón. Empieza a hacer calor.
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