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Eran las siete de la mañana, como todos los días, Juan entró en el bar Moratalla; sin mediar palabra, Paco, el dueño del bar, le sirvió el carajillo de anís y la copa de chinchón que engulló de un sorbo seco y rápido; después de toser ruidosamente, encendió un cigarrillo y se dispuso, con calma, a tomarse el carajillo y a hojear el Marca.
Todos le temían, siempre andaba metido en líos, su plateada chaira era famosa en todo el barrio de San Quintín; se decía de él que siempre que la sacaba nunca quedaba limpia de sangre.

A Juan Sietemachos, así le nombraban a sus espaldas, no le asustaba nada, o al menos, esta fama tenía. Sus vecinos cuando le veían, le saludaban con respeto y vehemencia; todos censuraban en su ausencia su violenta forma de vida; todos, en su presencia le adulaban con admiración no fingida.

No se le conocía oficio, algunos decían que era un sicario, otros que traficaba con drogas, y, los más, decían de él que era un proxeneta. Nadie sabía nada y todos decían saber.

Un jueves de septiembre, cuando Juan Sietemachos ya se había ido, entraron en el bar dos hombres; después de escudriñar con su mirada el local, y comprobar que Juan no estaba allí, llamaron a Paco desde una de las esquinas de la barra; cuando éste se acercó, le pidieron dos cafés y le entregaron un sobre sin cerrar requiriéndole que se lo hiciera llegar a Juan. El aspecto de estos dos desconocidos no presagiaba nada bueno; su forma de mirar álgida y transgresora, envolvía la atmósfera del bar; los pocos clientes que en este momento permanecían sentados en las mesas, los observaban con temeroso disimulo. Después de pagar los cafés, abandonaron con arrogancia el bar.

Paco y otros dos vecinos del barrio, después de comprobar que los dos individuos se habían alejado ya lo suficiente, se apresuraron a sacar del interior del sobre el papel en el que había escrita una escueta nota: "Al Conchi se le acabó la paciencia. Mañana a las 9 detrás del muro del descampado". Paco volvió a introducir con desazón la hoja dentro del sobre y lo guardó en uno de los compartimientos de la caja registradora..

Al día siguiente, cuando todavía el reloj no señalaba las siete, el bar estaba más concurrido que nunca; lo ocurrido el día anterior corrió de boca en boca; todos esperaban con inquietud morbosa la llegada de Juan.

A las siete en punto apareció él, impávido como siempre. Se sentó en uno de los taburetes de la barra. Paco, le sirvió el carajillo y la copa de chinchón; después de relatarle lo sucedido, se acercó a la caja y le entregó el sobre a Juan; éste, lo tomó, lo dejó a un lado y le pidió a Paco el Marca; mientras, los demás clientes, esperaban con desasosiego que Juan leyera la nota.

El bar estaba impregnado de un expectante silencio solo roto por los sonidos intermitentes de la máquina tragaperras. Juan leyó el torvo mensaje; después lo guardó cuidadosamente en el sobre y con su mano derecha palpó con suavidad el bolsillo izquierdo de su chaqueta dándole unos golpecitos de ánimo a su inseparable daga
A las ocho y media abandonó el local; el descampado se hallaba a unos 50 metros ; todas las miradas se dirigían hacia Juan Sietemachos que, con entereza, iba atravesado despacio el pequeño páramo hasta desaparecer por uno de los lados del muro.

Todo permanecía en silencio, las agujas del reloj marcaban ya las 9. Se oyeron golpes, algunos gritos y después unos gemidos estremecedores se clavaron con angustia en el alma de los vecinos.

Bordeó de nuevo el muro en dirección al bar; a lo lejos, su silueta dejaba entrever como, con su chaqueta, Juan frotaba su chaira cuidadosamente hasta conseguir darle su habitual aspecto plateado.

Entró en el bar; de uno de sus pequeños ojos achinados brotaba, ténue, un hilo de sangre; su pómulo derecho estaba hinchado y amoratado. Se dirigió hacia el aseo y se lavó sus manos ensangrentadas. Después se acercó a la barra; nadie le interrogaba por lo sucedido; Paco le sirvió otro carajillo y otra copa. Mientras, detrás del muro, se iban debilitando con lentitud unos agónicos quejidos.




Texto agregado el 13-08-2006, y leído por 125 visitantes. (0 votos)


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