Como salga la cosa, está bien, siempre bien... Le dije a la niña, y ella me dijo que no entendía. Me puse a su lado y le obsequié un libro mío. Gracias, me dijo. Me di media vuelta y me fui rumbo hacia mi hogar. Caminé durante todo el día, llegué a la puerta de mi casa, aún no oscurecía. Iba a entrar pero al ver mi casa solitaria, sin luz, sin vida, me di media vuelta y caminé sin rumbo, alejándome de mi casa... Todo estaba bien, siempre bien, bien, bien siempre. Llegué a un barrio bastante pobre, y vi una casa muy sucia y pequeña, escuché los gritos de niños y niñas, señores y señoras. Toqué la puerta y salió una vieja bastante andrajosa y de cara enfermiza. Tras de ella había niños y niños, no pude contarlos, pero eran bastantes, luego vi a hombres, ancianos y mujeres desnutridas apoyados en un lado de la pared de la casa. Y sentados en el suelo dos hombres, bastante grandes y gordos jugando a las cartas o algo por el estilo. Sonreí a la mujer y le dije si podía obsequiarle un libro. Me miró extrañada, como quien ve a un loco, y me dijo si estaba borracho, loco... Le dije que no, y luego, saqué un libro, pero antes de dárselo puse todo mi dinero dentro de sus páginas, y se lo ofrecí. La señora y los niños quedaron boquiabiertos, los hombres tirados en el suelo, también, los ancianos y mujeres empezaron acercarse a la puerta. Y escuché la voz de un niño decir: ¡Cuánta plata! Me di la vuelta y me fui caminando, ya estaba como media cuadra de distancia de la casa, cuando uno de los niños me alcanzó y me jaló de los pantalones. Me detuve y el niño me devolvió el libro pero sin el dinero. Lo vi partir corriendo hasta meterse en su casa. Y vi que en todas las ventanas estaban las caras de toda aquella familia, mirándome, como quien ve a un fantasma esfumarse, o a una sombra apagarse con la luz, o quizá a un ángel volando hacia el cielo... en verdad, allí estaban, mirándome como a nadie habían visto jamás. Sonreí y me di la vuelta y caminé hasta llegar a un parque lleno de vagos, ladrones que estaban quemando madera dentro de un cilindro. Me les acerqué y les ofrecí mi libro. Uno de ellos lo tomó y lo echó en el cilindro. Gracias, me dijo... Otro se me acercó y me dijo si podía regalarle mi saco, se lo di. Otro me pidió mis zapatos, también se lo di. Luego me hicieron una ronda y me arrancaron toda mi ropa, pero sin brusquedad, hasta dejarme en pelotas, temblando de frío. Por suerte me dieron un saco de papas vacío, y con ello pude cubrirme, pegarme al cilindro y no morirme congelado. Ya era la media noche y todos se echaron como en una ronda, juntando sus pies como un rayo de bicicleta, se taparon con un mantón y se acostaron. Me puse al lado de todos ellos, y quedé dormido, seco como una lechuga... A la mañana siguiente todos se levantaron y salieron a buscarse la vida. Yo temblaba de frío. Me levanté, estirándome como un perro y fui caminando hacia mi casa, y cuando llegué, la vi tan solitaria, tan sin vida que decidí no entrar. Me di media vuelta y me puse a caminar hasta perderme por las calles de la ciudad... sintiendo que todo estaba bien, siempre, bien siempre…
San isidro, agosto de 2006
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