-A ver que te parece este pequeño relato, Jonathan.
-Déjame ver.
“Le espío desde detrás de la puerta entreabierta, como si fuera yo otro mueble más que él ignora. Miro con todos los ojos de mis extremidades a través de la pequeña obertura.
Un despacho de verdad, luz gris parpadeante que viene de una lámpara minúscula situada a su izquierda, sobre una mesa; también sobre esta mesa -pero a su derecha- un cigarro que humea como un volcán recién apagado; una sien, pelo negro, rizado, piel azul de una silla joven, la mitad de un libro, luz parpadeante, la mitad de un libro abierto por la mitad, luz parpadeante y mi mirada, lo admiro, mi mirada mira que él lee mientras lo admiro, en silencio, en la serenidad de su silencio, en su delicadez pasando páginas, en su manera de sentirse, en su habilidad de adueñarse del tiempo (y no el tiempo de él); su barba oscura –signo de erudición perfecta- quizás fruto de múltiples años de docencia, arañazos de sabiduría, cortezas de piel milenaria, carreras entre líneas infinitas de verdades dogmáticas, gestos veloces sin moverse, gestos sin moverse: todos menos uno. Un gesto. Luz fija. Otro gesto. El humo me ciega por unos instantes. Él completamente girado. Mira fijamente. Me mira fijamente. Grita tal cual lo haría Zeus a los suyos: “cuéntaselo a todo el mundo”. Cierro la puerta, asustado, y un cartel se desprende de ella. Se puede leer en él lo siguiente: Señor L. Me giro, mucho más asustado, e intento huir. No puedo huir. Nunca podré realmente. Ahora sé que siempre volveré a mirar, tras esa puerta entreabierta.”
-Me gusta, aunque cambiaría el final. Pondría algo así como:
“Me giro, mucho más asustado, e intento huir. Huyo. Han pasado 4 años ya. Por más que lo intento, no he vuelto nunca más a esconderme ni a mirar tras esa puerta entreabierta”.
-Sí, supongo que tienes razón, es más coherente si se te conoce..
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