Debió ser en diciembre, si en diciembre.
Cuando acunada al pecho materno esbozé mi primera sonrisa.
Taciturna la condenada, no dijo, ni dio sentido a las palabras.
Parecía más bien que mi boca se rasgaba, de pura pena, de tanta pena causada.

Debió ser mi manía de ser siempre correcta.
Esa primera aproximación enarbolada, descarnada.
Cuando teniéndote cerca te amé, sin decirte nada.
Los besos reprimidos en una cama mojada.

Seguramente fue bajo la lluvia el primer sangramiento.
Debió ser el primero, que mermaba justo en el centro.
Y no vi lo que me decía, que agonizaba.
No lo vi, pero lo sabía.

Debió ser que tu sexo enemigo, nos secó el alma y nos dio frío.
Debió ser que la tristeza fue mustia entre jardines plumiferos de abril.
Debió ser sincera tu bondad carmina y necia.
Debió ser que en tu pecho asesino, morimos los dos derrotados.
Con las pieles húmedas, cetrinas, encorvadas y gruesas.
Convirtiendo este debió ser en un fue.
Pero necesariamente, debió ser que nos quisimos más de la cuenta y no lo pudimos ver.
Ni en la sangre, ni en la turbación ni en aburrimiento.
Ni siquiera lo vimos en la risa, tampoco en la muerte.
Cuando murió el amor.
Y debió ser.
Puramente natural.
Pueril.
Sin resongo.
Sin ausencia.
Antes con otra.
Hoy conmigo.
Debimos odiarnos desde el principio.
Desde siempre.
Pero no lo hicimos.

Debió ser.
En agosto nuestro último beso.
Nuestro último encierro.
En paredes cosidas.
En pisos arrellanados de olvido.

Dulce villana.
Debió ser que no te esperaba.
Era sólo la necesidad de saber que tenía otra piel.
Otra villana.