“LA PATOJA” Rufino G. González López
El bullicio de los vaqueros recibió la mañana soleada. Antonio, el capataz repartía las tareas del rancho. Juanito arreaba los becerros, mientras Práxedes el regeguero amarró las vacas en el establo. Teresita corría con un vaso de peltre, para pedir le regalaran leche recién ordeñada. Unos bigotes blancos quedaron marcados, en la boca de la chamaca. Doña Francisca preparaba café caliente y tortillas para darle machitos de queso a los trabajadores. Para esa hora tendrían mucha hambre.
Por la mañana arribaron dos traileres, que transportarían la “mercancía” que sería llevada al centro del país. Todos trabajaron entusiasmados. Ya llegaría el fin de semana y el trabajo serían recompensado. Don Manuel el patrón, no había llegado. Las reses fueron trasladadas al potrero. Se oía el ladrido de perros asustando a las gallinas que revoloteaban por el patio.
El sol se ocultó detrás de la arboleda. Eran las seis de la tarde, los trabajadores se reunieron en un cuarto de la casa. Sentados en butacas y troncos de madera veían la televisión. Entre ellos estaba Juana, una mujer hermosa que destacaba entre los presentes. Estaban tan absortos que no escucharon los ruidos del exterior. Un tropel que no era de caballos sino de gentes armadas que corrían hacia el rancho.
-- Busquen a todos y tráiganlos
-- Ora chamacos cabrones, pa´ dentro
-- Amarren a estos jijos de la chingada
-- Nosotros qué hicimos pué.
-- Porqué nos golpean, no hemos hecho nada.
-- Cállate pisado o te quebramos la madre.
Fueron maniatados en medio de insultos, después les dispararon a mansalva.
_ A esa patoja déjenla pa´ mí
Dijo el que parecía ser el jefe. Los estertores de la muerte hacían más dramático el momento. La Juana fue arrastrada al tapesco, en medio de gritos de súplica y dolor. La despojaron de sus ropas y violaron repetidas veces. Al parecer eran guatemaltecos. Después de saciar sus instintos le dispararon a quemarropa, sin importar el estado deplorable en que la dejaban.
Las voces de varias gentes llamaron la atención de los bandidos. Por el camino varios jóvenes se dirigían a cazar en la montaña cercana. Todos llevaban resorteras para obtener alguna presa. De inmediato salieron a relucir las armas y dispararon sobre los recién llegados, que huyeron despavoridos entre los cafetales. El rastro de sangre se esparcía en varias direcciones. Solo Panchito se había salvado. Sus padres y hermanos fueron sacrificados, mientras jugaba cerca del río.
Transcurrieron varios años, el niño creció alimentando el odio hacia los asesinos de sus padres. Vivía solo, casi no lo conocían en el pueblo. Un día cerró las puertas de su jacal y marchó con rumbo desconocido. Algunos lo vieron cruzar el río Suchiate. Muy pronto arribó a un rancho donde se encontró con los asesinos de su familia.
--Te llegó la hora pendejo.
--Quién sos, vos pisado
--Soy tu padre maldito
--Pareces, pareces...
No tuvo tiempo de completar aquella frase, el machete brilló en forma intensa, pronto se tiñó con la sangre del hombre que de esta forma pagó su felonía.
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