Tenía a mi perra rascándose en mi cuarto. Hacía frío afuera, adentro, en todos lados hacia frío. Por eso tuve que hablarle a mi perra, le dije que estaba contento mirándola a ella, rascándose las pulgas, lamerse las patas, para luego mirarme la cara, lamerme las manos, el alma... acaricié su pelambre, su frente estrecha y vi sus ojos negros, brillantes que hablaban por sí mismos, como una noche estrellada. ¿Algo te falta?, preguntó la perra en silencio. Le miré sus ojos, nariz, su pelambre y le dije qué frío tenía por todo el cuerpo. Se acercó hacia mí, lamió mis manos, mi cara, toda mi alma, y luego, mi noche empezó a brillar, a bailar como locas estrellas... Y ahora que estoy solo sin ella, siento que todo es tan lindo cuando escuchas hablar a tu perra en una noche sola, tan fría, sin una sola estrella... He vuelto a buscarla. Le he abierto la puerta de mi alma y la he visto frente a un sueño, con sus ojos brillantes y me ha dicho si quiero libar esta vida. Le he dicho que sí y ambos hemos corrido por un parque verdoso, por un valle ilimitado, con una sonrisa solar y en total alegría, en total hermandad...
San isidro, agosto de 2006
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