Teodoro Miranda era conocido por el gran poder de doma sobre los caballos. Pero, hecho curioso por cierto, es que todo el pueblo de Ascochinga lo reconocía por haber perdido, en solo veinte días, la herencia del finado Miranda -que era mucha-. Teodoro estaba en la ciudad en busca de la persona que se había quedado con toda su fortuna. -Si puedo domar caballos, podré domar caballeros- pensó.
Sentado en la plaza Corrientes, Teodoro esperaba, facón en mano, la salida del doctor Jorge Mario Salcedo de la Fuente, quien era un experto en cosas enredadas y maliciosas. Al cabo de nueve horas de plantón, Teodoro lo divisó en la puerta del imponente edificio Libertad. Sin prisa pero sin pausa, se acercó, como quien va a enlazar a un tordillo pura sangre, en forma sigilosa hacia su victima. Catorce puñaladas, al grito de — ¡Perdón Tata Viejo!—, entraron frías y certeras en el corazón de ese elegante señor. A pocas horas de los sucesos, Teodoro Miranda se hizo acreedor de su gran record: Se lo recuerda, ahora, como el gaucho que mató al propio gobernador de la ciudad e hizo justicia, por mano propia, de la impunidad que gozaban, hasta ese día, los políticos de turno.
(Fin) |