- Tía, tía, ¿para dónde vamos?- me preguntaba la pequeña sentada a mi derecha en ese frío autobús.
Iba un tanto entretenida con el panorama ante sus ojos. Tenía la altura suficiente como para observar todo el paisaje desde la ventana, y a ratos me consultaba las dudas que le surgían acerca del terreno y de los lugares que veía.
La pequeña tenía mucho miedo, eso se podía apreciar. No sabía con qué se encontraría al llegar al Terminal, ni con qué tipo de personas iba a tener que lidiar hasta sus 18 años.
Si mis condiciones me lo permitieran, yo criaría de ella y le daría todo el amor que necesita; Ella sería mi hermana menor y trabajaría duro para darle la educación que merece todo niño a sus 6 años. Pero por desgracia en el país se vivían momentos de tensión y me vi en la obligación de dejar mis estudios y salir a las calles en busca de algún empleo que me permitiera sostenerme.

Al llegar al terminar la pequeña respiró profundo aguantando sus grandes deseos de llorar. Le compré unos caramelos y cargué su equipaje hasta una banca cercana. Eran las 10 de la mañana cuando apareció por entre la multitud una alargada mujer de desagradable apariencia. La pequeña supo entonces lo que le esperaba y me abrazó fuertemente. Las dos sabíamos que tal vez no nos volveríamos a ver en mucho tiempo más.
-¡La quiero tía, la quiero¡- decía la niña.
- Yo también te quiero mi pequeña. Cuando tenga dinero te iré a buscar para que no tengas que vivir toda la vida en un lugar al que no perteneces.

La mujer tomó a la niña y se alejaron entre la gente.

En ese momento un hombre lanzaba migas de pan a las palomas. Recordé los momentos felices de mi vida y entre ellos reviví cuando la pequeña era un bebé inocente. Recuerdo que llegó al hogar de niñas con pocos días de vida y yo había cumplido hace una semana 12 años de edad.