LA PISCINA
Por Miguel Otero

Un auto estacionado es sólo un auto estacionado. Pero para él era más que eso. Era símbolo de alimento, de sacar el viejo trapo, llenar el balde pequeño, fregar aquel fierro, mojarse las manos y el agua; aquella que baño alguna vez su cuerpo en la primavera, cuando en el colegio se realiza el paseo y Nella sonríe al ver las mariposas, que al nacer ignorando las barreras de la civilización en primer vuelo, chocan contra el parabrisas dando fin a su efímera existencia; pero ella sonreía y le gustaba verla así, mientras el bus avanzaba y los chicos adentro jugaban un sin fin de bromas, él la miraba como trataba de limpiar el cristal delicadamente; quizá el respeto venia después de la sonrisa sobre esos insectos, y eso era algo de lo poco que no entendía y sólo miraba, incluso cuando llegaban a su destino y todos salían a divertirse, corriendo unos tras otros, escondiéndose entre los árboles o trepándose en ellos, él sólo veía como su figura era tocada por el sol y su cabello castaño era movido en un vaivén delirante causado por el viento; entonces comprendía que hasta el sol y el aire jugaban con ella, y se divertían y como lo hacían; y si por cada sonrisa pudiese sonreír él también seria una fiesta sempiterna, pero ahora eso no sucedía, no, no porque el no quisiera sino porque ella no se había fijado en su existencia contemplativa, apagada de verbo, falta de acción; pero un momento puede ser malo y bruscamente cambiar a bueno y sólo ahí se debe aprovechar, cuando los elementos se confabulan en tu favor es el instante de ser así se este en un piscina, con flotadores por doquier y gente chapoteando o riendo, simplemente se debe ser, pues la situación allí es igual para todos y esta tan cerca y la miras y parece que el mundo entero se interpone entre los dos, pero logró acercarse un poco más y contemplaba como aquella agua baña ahora su cuerpecito; y ahora, el agua se vuelve turbia y saca el viejo trapo y se alista a limpiar.