IV
Se le concedió una iluminada habitación con una acogedora cama neumática. La enfermera del lugar, Adianza, le hizo tragar un efectivo purgante que en pocos segundos le limpió su estómago. En su cómodo lecho, Zual repasó su triste infancia. Arrojado por su madre a la calle cuando tenía pocos meses de existencia, debió acostumbrarse a vivir en oscuras madrigueras, alimentarse de ratas y cucarachas y ocultarse de un mundo tan diferente a él y que lo rechazaba con tanta violencia. Sabía que no había cura para su mal y estaba condenado a vivir en la clandestinidad y a convivir en las sombras de la noche con engendros igual a él.
Esa jornada estaba teñida de desgracias. Alguien le informó a los fiscales que existía un nosocomio en el cual se le brindaba atención a todo tipo de alimañas. En plena madrugada, Zual fue despertado por fuertes ruidos y por una iluminación intensa que hería los ojos. Se asomó a la ventana y vio como los pacientes del Dr. Oxcult eran sacados a empujones y subidos al autogiro. Con el horror pintado en su bestial rostro, el joven abandonó la habitación y acostumbrado como estaba a mimetizarse en cualquier recoveco, alcanzó a llegar a la planta baja, se sumió en las alcantarillas y ya a salvo, sintió un crepitar de llamas que arrojaba oleadas de calor a través del túnel: era la mansión del filántropo, la cual había sido incendiada como castigo ejemplarizador.
En las afueras de la ciudad se había establecido una especie de asilo que cobijaba a todos estos seres deformes o con minusvalías. El jefe de este grupo era Narmaj, un tullido que trabajó durante varios años en la Hacienda del Estado y que se desplazaba en una silla de ruedas motorizada. Su deseo era destruir las bases de esa sociedad deshumanizada que los consideraba un lastre que había que exterminar. Si bien los excluidos no eran más de un par de cientos, cada uno de ellos sabía bastante de su respectivo oficio. Allí había ingenieros, abogados, personajes de gran valía y que habían sido desechados por sus discapacidades.
Quiso la fortuna que Zual conociera a Mineru, una chica deforme que si ustedes hubiesen conocido, la habrían confundido con una milenaria Julia Roberts, tal eran sus ojos, pequeñísimos, esas horribles protuberancias bajo su larga nariz y dos carnosidades a cada lado de la cara que le daban un aspecto atroz. Pero era una mujer sumamente inteligente, una profesora que instruía a esos pobres desposeídos que soñaban con mejores días…
(Continúa)
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