II
Trescientos años habían transcurrido desde que el ser humano sufrió una mutación genética que lo proveyó de un sentido telepático natural. Como es bien sabido, el hombre copia a la naturaleza y si bien en algunos casos se adelanta a sus dictados, esta muy pronto recupera terreno. Esto vino a significar el fin de esos minichips, los costosos implantes fueron cosa del pasado. Muy luego, un niño, apenas adquiría discernimiento, ya se podía comunicar con sus semejantes mediante un rústico lenguaje mental que con el transcurso de la madurez se evolucionaba hasta la máxima perfección.
Un tema que debería ser irrelevante pero que conmovía. La especie humana fue perdiendo paulatinamente sus órganos exteriores, es decir sus orejas y su boca. Por lo tanto, los cánones de belleza propios de una dama, por ejemplo, eran los siguientes: Cabello escaso y cortísimo, ojos aumentados casi al doble de los del siglo XX, nariz pequeña, orejas mínimas, la boca, un diminuto orificio que se dilataba sólo para tragar algunos alimentos, lo cual era suficiente, ya que lo más voluminoso que se llevaba un ser humano a la boca era una pastilla de dos centímetros de diámetro y que representaba un poderoso nutriente. Siguiendo con la descripción de nuestra hermosa modelo, diremos que su figura era extremadamente delgada, piernas largas y huesudas, brazos con las mismas características, terminados en manos de dedos muy largos y finos. Ustedes dirán: ¡Vaya! ¡Que bien ha descrito a Xanadiasia, la reina de belleza del continente américano! Y es verdad, se ha descrito a ella y a millones que deseaban parecérsele…
(Continúa)
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