Gustavo, alias Marcelo, había asistido al club de citas para encontrar una amante que ya no fuera cibernética, eso de no tocar a la mujer pensó ya se me está volviendo repetido y absurdo. Con su mirada insistente entró a la recepción diciendo:
- Buenas tardes, busco una amante real, fogosa, de cabellos pelirrojos hasta la cintura, sumisa, sugestiva...
- Muy bien señor, pero debe dejar sus datos personales para encontrar lo que desea.
- ¿Mis datos?, pero si yo sólo necesito... balbuceó asombrado.
- Normas de la casa señor respondió el encargado, sin una seña visible en su rostro.
- De acuerdo asintió nervioso Gustavo.
Se introdujo en un apartado donde nuevamente una computadora le tomó los datos, al principio se sintió ridículo ante tanta burocracia, entonces comenzó a rellenar a voluntad los requisitos:
Mi nombre es Marcelo, mido 1,73 m. Cabello castaño, bastante canoso. Tengo algunos cientos de libros: Kipling, Eco, King, Conrad, Chandler, etc. Por cierto tengo 49 años y en septiembre cumpliré 50. Siempre he sido extremadamente reservado. Salvo en este caso. Soy bastante cascarrabias, me enojo con facilidad y, a la hora de discutir, tengo una lengua bastante filosa. No bebo, ni me drogo. Fumo demasiado. No soy un oficinista de oficio, soy vendedor. Me gusta el jazz y el blues, el rock, un poco de ópera, alguna sinfonía. En mi vida personal tengo una convivencia de 14 años, ajada por el tiempo y la rutina, la muerte y el fracaso, la desolación, aunque sigo adelante con mis mañas. Ahora necesitaría una amante pelirroja de cabellos largos y furiosos, atractiva, sólo para mí. Un saludo, Marcelo.
El empleado leyó los datos principales y dio enter, su tarjeta de socio saltó de inmediato desde la máquina;
- Muy bien señor, su credencial esbozó el conserje.
- Gracias, ¿Y ahora? preguntó algo indeciso el nuevo de Marcelo.
- Ahora sus datos serán procesados y luego le mostraremos unos videos acordes a su petición.
- Ah, ¿seguimos en la computadora? repreguntó indignado.
- Sí claro, tenemos lo último del mercado sobre mujeres y sus relaciones aclaró el empleado algo tenso.
- De acuerdo.
Sus manos sudorosas no cesaban de frotarse, de repente el parlante del ordenador vociferó su nombre (falso), mientras entraba nuevamente al apartado. Allí infinidad de mujeres pelirrojas pasaron por sus ojos, algunas le susurraban frases masoquistas, otras sólo mostraban sus cuerpos deslumbrantes. Ninguna de ellas le gustó, bruscamente salió del lugar para decir:
- No me ha llamado la atención ninguna de ellas.
- ¿Ninguna? murmuró fastidiado el empleado.
- No, ¿ahora que sigue? insistió.
- Otra búsqueda en video, pero quizás a usted le convenga elegir el Combo por siempre- le dijo sonriendo vagamente.
- ¿Y eso? preguntó asombrado.
- Es un nuevo compilado de lo mejor de nuestros servicios pero sin garantías; o sea, le damos lo más selecto pero sin un tiempo premeditado, durará lo que ellas quieran finalizó el conserje.
- Acepto respondió ansioso Marcelo.
Los desafíos siempre le habían gustado. En la pantalla el desfile de mujeres comenzaba con sus figuras atrapantes increíblemente bellas. Marcelo no dejaba de mirar al monitor hasta que sus pupilas brillaron en la inmensidad de la sala, allí estaba Ana, su amante virtual que había engañado, girando en torno a su pantalla, se volvió a sentar estirando las piernas, apretando sus manos sobre la cabeza, mientras esa voz dulce rondaba su silueta. Se levantó indignado, arrojando la nueva credencial sobre el escritorio para perderse entre la gente de la calle.
El último mail que Ana recibió decía:
Nuevamente hola mi amor. Creo que la extraordinaria fascinación que ejerciste sobre mí me impidió hablar antes, ¿Sabes lo que significó, que demostraras interés en mí? ¿La posibilidad de amar y sentirse amado? No lo digo como excusa, sino como un dato de la realidad. No aguanto más este ritmo de vida; levantarme temprano, salir a trabajar, regresar mientras ella, mi esposa mira televisión y yo escribo afiebradamente. Cena frugal, otra vez TV y escribir. El día más arduo es el domingo. Quiero que llegue el lunes. Antes, para ir a trabajar. Ahora, para encontrarme con vos. Anita, no puedo evitar amarte, disculpame. Es más fuerte que yo. Te mando un beso muy especial, por favor aceptalo. Tengo muy pocas cosas propias, esta es una de ellas. ¿Me volverías a aceptar sin más mentiras...?.
Te quiere, Marcelo.
A lo que ella respondió: Las garantías de nuestra relación ya habían expirado, normas de la casa, saludos, Ana.
Algunos hombres son tan predecibles... jajaja.
Ana Cecilia.
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