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Gigantes de fuego

Cada tarde, a la salida de la escuela, Adrián y sus amigos solían reunirse para jugar al trompo, a las canicas o a las escondidas. Pero una noche, al ver que el abuelo se dirigía hacia la loma donde podían ver los quemadores, olvidaron los juegos y corrieron tras él para que les narrara una de esas historias que tanto disfrutaban.

En seguida se sentaron a su alrededor a escuchar con atención.

— ¿Ven allá abajo los quemadores? Todos dicen que son los famosos gigantes de fuego. Gracias a su luz, los niños pueden retozar en las noches con libertad. Pero no siempre fue así. Hace miles de años, este lugar era muy oscuro. La luna y las estrellas no alcanzaban a iluminar estos caminos de barro y sus habitantes vivían atemorizados de las tinieblas.

Sucedió cuando los hombres empezaron a ayudarse para formar los primeros pueblos. Desconocían la existencia de unos seres enormes que vivían en cavernas bajo la tierra. Por la pequeñez de las grutas, tenían que caminar encorvados. No quedaban muchos, pero los suficientes para cuidar los restos de sus antepasados. Ellos tenían la esperanza de que sus ancestros se levantaran para reconstruir la antigua ciudad de Rot.

Encorvados iban y venían por senderos subterráneos y una vez al año se juntaban en una gruta que ellos identificaban como el Altar. El altar era cruzado por un río de aguas oscuras, cuya corriente, según la creencia, era la que mantenía con vida a sus antepasados. Se veían enormes piedras que representaban la vida cotidiana de aquel pueblo. Figuras de lo que parecía una familia. Grandes animales en inmensas cuevas y puntos luminosos que no se veían en su mundo.

Después de besar la gran piedra, los ancianos rezaban con la frente en el suelo; el resto, se retiraba a cumplir su misión de vigilia.

Hubo un instante en aquel tiempo que la tierra se acomodó, dejando una grieta por donde el río de aguas negras salió a la superficie formando una laguna.

Había un grupo que vivía inconforme. Destacaba Kim. Un joven inteligente, curioso e insatisfecho que siempre se preguntaba: ¿Y esos puntos, qué son? ¿Por qué aparecen en el cielo de la cueva? ¿Por qué siempre vigilamos las sagradas piedras? ¿No sería mejor ocuparnos de mirar hacia otros lados? Cada día somos menos; un día será muy tarde y dejaremos de ser...Así que, convenciendo a otros compañeros, se decidió explorar el río de aguas negras.

Encontraron muchas dificultades, pero llegaron a la superficie, justo cuando el sol fulgía en el cenit. Esto los hizo aullar de dolor pues con tantos años en la oscuridad, la luz los hería. Volvieron a zambullirse. Algunos de ellos regresaron, pero Kim y otros esperaron.


Regresaron en la noche. Entonces vieron un mundo muy distinto al de ellos: había luna, viento, estrellas y el aroma de las flores que se abren con el toque del rocío. También notaron que podían caminar erguidos y retozaron con libertad. ¡Eran gigantes disfrutando como niños!

En la fiesta anual contaron emocionados lo que habían descubierto. Kim les habló de un mundo abierto. Pero los seres más viejos, enfurecidos porque habían descuidado la vigilancia del cementerio, los condenaron a la inmovilidad y los encerraron en una pequeña cueva. Quedaron alli por más de mil años, hasta que un día, la tierra fue nuevamente sacudida. Kim y sus compañeros, despertaron y se vieron libres. Al salir, no encontraron a ningún vigilante. ¡Ellos de milagro se habían salvado!

Recordaron la visión de hace años y buscaron aquella ruta. Tras mil peripecias llegaron a la misma laguna, y al no ver el sol salieron como grandes troncos a la superficie. El cielo se veía oscuro, el viento azotaba las copas de los árboles y los animales chillaban, otros huían hacia las partes altas. Poco después caían gotas gruesas y pesadas sobre los seres terrosos.


Ellos apreciaron el agua sobre sus cuerpos y se dejaron bañar por la lluvia. Del cielo comenzaron a caer grandes fulgores de luz que les provocaron dolor. Pero la alegría por el agua fue más fuerte y decidieron quedarse. Los destellos continuaron y un rayo cayó sobre el pecho de Kim. No lo derribó, pero de él salieron grandes lenguas de fuego que corrieron como víboras hacia los demás que también se incendiaron. Kim se convirtió en una enorme llama que continuamente miraba hacia el cielo y entonces comprendió, que sus antepasados habían visto las estrellas.

Poco después de aquel vendaval, los moradores de la Tierra disfrutaron de la libertad que aquella nueva luz les concedía a las noches. La claridad era tanta, que las aves no dejaban de cantar.

Después de escuchar al abuelo, un gallo se oyó en la lejanía. Adrián y sus amigos se miraron y sin decir palabra contemplaron las llamas de los quemadores que parecían huir hacia el cielo.

Texto agregado el 09-08-2006, y leído por 1306 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
17-10-2006 Bello relato. 5* regina_mojadita
14-10-2006 ES un cuento muy interesante, me quedé de una pieza leyendolo, y me asombra tu imaginación y la manera de plasmarla para deleite del lector .Vengan todas las estrellas a Ti. gfdsa
14-10-2006 Excelente leyenda, y creíble ya que al comenzar a caer la lluvia, esas luces eran rayos, que bien podían producir esas grandes lenguas de fuego.Es atrapante, deliciosamente entretenida.***** Besitos Victoria 6236013
21-09-2006 Ya puedo leerté, leyenda, niños, mis 5 * alfeiran22
03-09-2006 Llamas vivas de imaginación. Y en el fondo la eterna pregunta que aún nos queda en el aire: ¿quienes somos, de dónde venimos, a dónde vamos? Y como soporte el fuego con su poder enorme poder simbólico. azulada
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