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Era un día lluvioso, el agua rebotaba con fuerza en el suelo y corría hacia las alcantarillas que estaban saturadas, un pequeño perrito hacía lo imposible por encontrar una zona seca donde tumbarse, pero todo estaba húmedo y frío. Caminaba muy despacio, la cabeza gacha, ligeramente encorvado y arrastrando sus mugrientos pies semi descalzos, sobre sus hombros colgaba una capa marrón ajada por los años. Se paró, miró al cielo, esbozó una sonrisa y murió. Tenía la piel curtida por el sol, era de esas personas a las que nunca sabes calcularle la edad, entre 35 y 60 años. Todos en el pueblo lo conocían, paseaba por sus calles desde siempre y, sin embargo, nadie sabía quien era, donde vivía, de donde venía. Contaban innumerables historias sobre él y su pasado; un oficial de un barco mercante que naufragó; un poeta enamorado que perdió la razón por el amor de una mujer; pero, en realidad, nadie sabía su verdadera historia.




Amos siempre fue un niño diferente. Luna, su madre, empezó a sufrir los dolores de parto en su casa, perdió el sentido y a los pocos minutos se despertó tumbada en el suelo con el niño en los brazos, completamente limpio y con el cordón cortado. Nunca supo que fue lo que sucedió ni quiso averiguarlo.
Amos no contaba con un año cuando pronunció su primera palabra, y a raíz de aquella primera le siguieron las demás hasta llegar a hablar como una persona adulta con tan solo 2 años. Su madre no buscaba explicaciones, ansiaba tanto aquel hijo que lo único que le preocupaba era que no enfermara o le ocurriera alguna desgracia. Cuando su marido murió de una extraña enfermedad, se prometió que cuidaría y protegería a su hijo hasta la muerte, y así lo hizo.
Luna descubrió que también estaba gravemente enferma y decidió llevar a su hijo a casa de su tía Draída, una vieja hermana de su madre que vivía en lo mas recóndito del bosque de Nasif. La cabaña de la vieja Draída era invisible. Solo podías verla cuando sabias de su existencia e ibas a buscarla, y cuando ya creías que nunca la ibas a encontrar, aparecía como de la nada, en la penumbra del bosque. Ella y su marido eran los únicos del pueblo que la conocían, e impulsada por un gran desconsuelo al ver que dejaba a su hijo solo, se fue a buscarla. La noche estaba fría y húmeda, el viento soplaba con furia, de una extraña manera, parecía cargado de ira y como si quisiera arrancarle a su hijo de los brazos. Agarró al niño fuertemente y avanzó a través de los enormes árboles y espinosas zarzas, arrastrando los pies por aquel enlodado barrizal y maldiciendo a los dioses por permitir que su hijo quedara huérfano. Había avanzado casi medio bosque cuando vislumbró una brillante luz entre las ramas. Faltaban unos metro para llegar a la puerta de la cabaña cuando ésta se abrió lentamente, dejando entrever parte de la cocina en la que un caldero hervía en la vieja chimenea y una vela encendida intentaba alumbrar la estancia. Decidió pasar al interior, la habitación estaba caliente, olía a rancio y a podrido, algunos pergaminos y libros se agolpaban en un rincón al lado de la chimenea, probablemente para ser pasto de las llamas.
Llamó a su tía varias veces pero nadie respondía. Estaba agotada, con los brazos agarrotados de sujetar tan fuertemente a su hijo, y sin darse apenas cuenta se desplomó en el suelo. Amós acababa de cumplir 5 años.



Al principio vivir sin su madre fue muy duro, no alcanzaba a comprender porqué se había marchado y lo había dejado abandonado con la tía Draída, a la que, a pesar de todo, adoraba. Draída lo instruía, le enseñó el lenguaje para comunicarse con los animales, a hablar en todos los idiomas y le contaba extraordinarias historias e intentaba hacerle comprender el significado de la vida. Draída le explicaba que la vida es una sucesión de acontecimientos que no están aislados, son eslabones de una larga cadena que nos lleva a alguna parte, y que el hecho de que el hubiera llegado allí era el ultimo eslabón hacia la eternidad. Amos no entendía lo que quería decir con esas palabras, pero la escuchaba embelesado porque cada vez que ella hablaba la envolvía una aureola de una pálida luz azulada que transmitía una paz sosegada y tranquila.

Varias lunas pasaron sin que tuvieran ninguna vista, sin embargo ellos salían al bosque e incluso iban al pueblo a comprar alimentos, pero hasta entonces Amos no se había dado cuenta de que nadie les dirigía la palabra, ni siquiera los miraban. La única persona con la que cruzaban palabra era con el dueño de la tienda de comestibles, Dorian, un tío lejano del padre de Amos, que les proporcionaba alimentos una vez al mes. Amos le preguntó a su tía por el extraño comportamiento de los habitantes del pueblo hacia ellos, pero su tía siempre evitaba responderle, y después cuando volvían a casa a él se le olvidaba todo.

Cuando Amos cumplió 6 lunas, su tía le dijo que tenía reservado para él un regalo que le había dejado su madre y creía que era el momento de dárselo. Sacó del arcón de su dormitorio una capa marrón raída y descolorida por los años y se la entregó, sin pronunciar palabra alguna lo tomó de la mano y lo llevó a través del bosque. Cuando llegaron a una pequeña cueva, se metió en el interior y el la siguió a través de pasadizos y túneles de piedras de extrañas formas. Llegaron al final de uno de los túneles que no tenía salida pero Draída pronunció unas palabras en un idioma que Amos no había escuchado en su vida, Emira Tenom Efluvia Retus Nasim Asbel, repitiéndolas una y otra vez, hasta que el suelo y las paredes empezaron a temblar y una gran roca empezó a desplazarse hasta abrir un hueco a otra cueva. La nueva cueva estaba iluminada con antorchas colocadas haciendo un círculo en el centro, en el interior del círculo había una enorme piedra plana donde se podían apreciar extraños signos y letras esculpidas. Draída le dijo a Amos que se colocara en el centro de la piedra y Amos la obedeció confundido sin saber realmente que estaba pasando y al mismo tiempo contrariado porque no sabía si confiar en ella, aunque hasta ese momento siempre lo había hecho. Cuando Amós se colocó encima de la piedra, Draída le dijo que se pusiera la capa que antes le había entregado y el obedeció. Draída empezó a bailar alrededor de las antorchas y cada vez que se acercaba a una, esta parecía que escupiera fuego, pronunciaba una y otra vez las mismas palabras que utilizó para mover la roca, sudaba, parecía que estuviera poseída y de repente se tiró al suelo desfallecida. Amos estaba asustado, saltó al suelo y fue a su lado para ayudarla, la tomó en brazos y salieron de la cueva.





Ya en casa, Amós exigió a Draída que le explicara lo que había ocurrido. Y ella empezó su relato.
Le contó que pertenecían a una tribu que se hacían llamar Neverdies, que existía desde los comienzos de los tiempos pero de la que ya solo quedaban un grupo muy reducido. La peculiaridad de esta tribu era que tenían el don de la inmortalidad pero a cambio de este don debían pagar un precio, el de ser invisibles. Nadie podía verlos, solo entre ellos mismos. Amos empezó a comprender el extraño comportamiento que tenían los habitantes del pueblo.
Muchas lunas atrás apareció en la aldea donde habitaban los Neverdíes un mago llamado Aganón que les ofreció una capa mágica con la que podrían dejar de ser invisibles, pero que al mismo tiempo pasarían a ser simples mortales. Esta capa produjo un gran revuelo en el pueblo, porque todos querían utilizarla a su antojo, por lo que corría el peligro de que su tribu fuera descubierta. Los grandes jefes establecieron unas normas para la utilización de la capa y determinaron que cada uno podría elegir entre la mortalidad visibles o la inmortalidad invisibles pero de una forma indefinida. Los padres de Amós cuando se enteraron que iban a tener un hijo tomaron la decisión de hacerse mortales y visibles para que su hijo tuviera la oportunidad de relacionarse con los demás niños del pueblo ya que su tribu estaba condenada a desaparecer. Aganón les hizo una capa a cada uno.
Así estuvieron conviviendo con los habitantes del pueblo como si fueran simples mortales hasta que falleció el padre de Amos. Cuando Luna se enteró de que estaba gravemente enferma decidió que su hijo regresara al mundo de los inmortales, por eso lo llevó a casa de su tía Draída.
Amos escuchaba estupefacto la historia narrada por su tía sin dar crédito a todo lo que le contaba. Lloraba pensando que sus padres habían sacrificado su vida, su inmortalidad para proporcionarle a el un futuro entre los mortales, y que todo su sacrificio había sido en vano pues el volvía a ser invisible e inmortal.
Tras varios días le comunicó a su tía la intención de volver al mundo de los mortales, y llevar la vida que sus padres habían elegido para el. Draída tomó la noticia con tristeza pero respetó su decisión no sin antes advertirle de algunas normas respecto a la utilización de la capa. Una vez que diera el paso solo podría volver al mundo de los inmortales 2 veces, teniendo que regresar al mundo mortal transcurrido el plazo correspondiente a tres lunas llenas, o no podría hacerlo nunca más, recordándole que el periódo de luna a luna en el mundo inmortal correspondía a 3 años en el mundo mortal.



Celebraban las fiestas del pueblo, la plaza estaba engalanada con motivos florares en todos los balcones, los niños bailaban y cantaban cogidos de la mano, puestos ambulantes humeantes ofrecían piezas de cordero asado a cambio de 3 curdas. Amos paseaba por la plaza cabizbajo percatándose de que todos lo observaban. Nunca había sentido la mirada de nadie encima y ahora se sentía cohibido. Rápidamente recordó la tienda de comestibles a la que iba a comprar con su tía y se dirigió hacia ella. Cuando la encontró, tímidamente pasó al interior, advirtiendo que la persona que atendía no era Dorian. Cuando el le preguntó por Dorian, el tendero le dijo que no conocía a nadie con ese nombre, que él siempre había sido el dueño de esa tienda desde hacía muchos años. Entonces Amos comprendió que Dorian también era invisible como él y que nadie más podía verlo, y sin embargo él desde su invisibilidad lo estaría observando sin reconocerle puesto que se había convertido en un joven de 23 años.

Se sintió solo, desorientado, sin saber qué hacer, ni a quien dirigirse, salió rápidamente de la tienda mirando a uno y otro lado, y empezó a caminar sin rumbo. Ya anocheciendo llegó a la plaza del pueblo donde se celebró la fiesta, había estado dando vueltas por el pueblo y estaba exhausto. En la plaza no quedaba nadie, la suciedad delataba el festejo de la mañana, las flores marchitas y pisoteadas cubrían toda la plaza, Amós se sentó en el bordillo de la fuente seca que se encontraba en medio de la plaza preguntándose acerca de su futuro como mortal. De pronto, notó como alguien le ponía una mano sobre el hombro, inmediatamente volteó la cabeza y se encontró con un anciano de piel oscura que lo miraba fijamente. Al cabo de un rato habló con palabras secas que para Amos en ese momento no tenían ningún sentido. “Navega sin rumbo, se adentra en el mar, mira hacia el fondo y vuelve a la eternidad” – fueron sus palabras. Amos se alejó del anciano pensando que era un pobre loco, y caminó durante largo tiempo hasta el amanecer. A través de las brumas de la mañana, empezó a distinguir lo que parecían ser las velas de un barco. Rapidamente se acercó y pudo comprobar que en el puerto se encontraba atracado un enorme barco donde trajinaban algunos marineros y pensó en las palabras del anciano, “..Navega sin rumbo…. Se adentra en el mar…” y tomando las palabras como una señal se enroló como marinero.




Los años transcurrieron viajando por lugares exoticos y desconocidos para el, aprendió rápidamente las labores de su rango, y en pocos años y debido a los conocimientos adquiridos durante ese tiempo fue nombrado primer oficial. Amos pensó que toda su vida había estado encauzada a vivir y trabajar en un barco, nunca pensó que pudiera dedicarse a otra cosa. Acababa de cumplir 35 años cuando, durante la noche, se desató una horrible tempestad; el mar se agitaba inquietante y amenazador, las olas arrasaban la cubierta y el barco se balanceaba de un lado a otro, pronto una gigantesca ola atrapó el barco por completo y lo hundió. El fuerte oleaje no permitía que los tripulantes subieran a la superficie a respirar y unos y otros se intentaban aferrar a trozos de madera para poder sobrevivir. Amós no podía moverse fácilmente debido a su capa, le pesaba demasiado para poder manejarse y se le hacía imposible ayudar a sus compañeros a salir a la superficie, rápidamente se deshizo de ella y empezó a bucear buscando a los tripulantes y agarrándolos a los restos de madera del barco.





El sol proyectaba sus ardientes rayos sobre la arena. La playa estaba solitaria, restos del barco flotaban en el agua y se repartían a lo largo de toda la orilla. Amos despertó por el incesante sol que quemaba su cuerpo desnudo. Estaba cubierto de arena y algas, magullado por todas partes. Se incorporó y aún mareado empezó a mirar a un lado y a otro, solo alcanzaba a ver los restos del naufragio pero a ningún tripulante. Corrió por la orilla, se adentro en el agua, volvio a salir, y rendido y compungido cayó de rodillas en la arena maldiciendo su suerte. Al momento empezó a escuchar murmullos, y a lo lejos pudo divisar como dos tripulantes caminaban por la orilla, uno apoyado en el otro, tambaleándose. Rápidamente empezó a gritar y a agitar sus brazos, pero los dos tripulantes, a los que en seguida reconoció, hacían caso omiso. Poco a poco empezaron a aparecer todos los tripulantes e incluso el capitán y Amos corrió hacia ellos y empezó a llamarlos inútilmente, aun no se había dado cuenta de que estaba completamente desnudo. La tripulación pasó de largo, Amos no dejaba de hacer aspavientos delante de ellos desesperado porque empezó a comprender que al deshacerse de su capa se había desecho de su poder. Gritaba y lloraba, retorciendo su cuerpo en la arena y maldiciendo una y mil veces al mar por haberle arrebatado su mortalidad. Estuvo horas tumbado en la arena con el sol abrasándole el cuerpo y gritando pidiendo la muerte. Súbitamente se levantó y empezó a caminar hacia el mar, y a nadar hacia adentro, nadaba y nadaba, y cuando dejaba de hacerlo nunca se hundía, flotaba como si estuviera asido a un tronco de madera, adentrándose cada vez mas en el mar. A los pocos días divisó un barco pesquero que faenaba por aquellas aguas, y pensando que podría ser la salvación de la tripulación, empezó a pronunciar extrañas palabra agitando el agua con los brazos, y en un segundo se encontró rodeado del banco de peces más grande que un pescador pudo haber visto jamás. El barco pesquero rápidamente divisó el banco y se dirigió hacia el agradeciendo la fortuna de tal hallazgo, pero Amós seguía pronunciando las palabras y se movía hacia la isla donde se encontraba la tripulación y los peces le seguían, así fue como los encontraron y los salvaron.
Mientras flotaba en el mar, le vinieron a la mente las palabras que un día pronunciara su Tia Draída “…la vida es una sucesión de acontecimientos que no están aislados, son eslabones de una larga cadena que nos lleva a alguna parte…”.



Pasaron varios meses y guiándose por los conocimientos en astronomía que había adquirido en el barco, llegó al bosque donde vivía su tía Draída.
Amos le relató todo lo que había ocurrido y Draída no podía dejar de compadecer a su sobrino por su mala fortuna, pero a la vez se sentía orgullosa porque había ofrecido su mortalidad en favor de otras personas.

Tres lunas pasaron hasta que Amós pudo regresar a la mortalidad. Durante ese tiempo Amós adquirió otro tipo de conocimientos relacionados con las letras y la literatura. Pensó que podría vivir como escritor en el pueblo. Antes de marcharse su tía le otorgó otra capa y le dijo que no era necesario que la tuviera puesta, simplemente con tenerla ya ejercía su efecto, pero si en algún momento la extraviaba o dejaba de pertenecerle perdería todo su poder, y volvería a la inmortalidad. Amos prometió que nunca la perdería de vista. Volvió con 45 años.
Alquiló en el pueblo una pequeña cuadra que adecuó para habitarla. Allí se dedicaba a escribir cuentos que vendía al librero del pueblo y con los curdos que le daban pagaba el alquiler y se mantenía. No le daba para mucho pero lo suficiente para no morirse de hambre. Pronto sus cuentos y poemas llegaron a oídos de la Reina de la comarca, pues tenía varios hijos y solían comprarle los cuentos al librero. Una tarde, cuando Amós se encontraba en la librería vendiendo algunos cuentos, apareció la mujer más hermosa que jamás había visto. Con la tez pálida como la nieve, ojos azules y profundos en los que podías perderte eternamente, labios rosados que invitaban a besarlos y su pelo suave que acariciaba sus hombros desnudos. Amos, por un momento, quedó perturbado, embelesado, atontado. No podía dejar de mirarla, pero cuando se dio cuenta de su insolencia, bajó la mirada.
Le dijeron que era la Reina Lyssondra a la que a veces le gustaba relacionarse con el pueblo para saber de sus necesidades. La acompañaba su séquito cargado con gran cantidad de presentes valiosos y seguidos por una recua de caballos blancos cabalgados por 7 damas a cual mas hermosa, pero nunca equiparables a la belleza de la Reina.
Desde aquel día no pudo dejar de pensar en ella. Dejó de escribir cuentos para escribir solo poemas donde ella era su musa, su inspiración. Pero un fatídico día, entre varios cuentos que compró para sus hijos, el Rey encontró uno de los poemas. Creyendo que la reina le estaba siendo infiel la desterró del reino y la condenó a vivir sola en el bosque para siempre, prohibiéndole a todos los habitantes del reino que la ayudaran, castigando con la muerte a quien incumpliera sus órdenes.
Amós se sintió culpable por la situación de la Reina y decidió hacer todo lo posible por ayudarla, aun desobedeciendo el mandato del Rey. Se llevó a Lyssondra a una vieja cabaña abandonada que conocía en el bosque, y allí la cuidaba e intentaba alimentarla pero Lyssondra cada vez estaba más debil, tenía fiebre muy alta y no quería comer. Amós recordó los conocimientos que tenía de medicina y las pócimas y conjuros que su tía Draída le había enseñado en su infancia y a base de estos conocimientos pudo salvar la vida de la Reina. Mientras el Rey se había convertido en un déspota y tenía completamente abandonado y hambriento a su pueblo. Una de las veces que Amós fue al río a por agua, los peces le contaron que el Rey hundido y arrepentido estaba buscando a Lyssondra para que volviera con el. Amós se enfureció porque no quería separarse de ella, cada día estaba más enamorado y le quemaba la idea de que volviera con el Rey, así que decidió no contarle nada a Lyssondra. El crudo invierno se les echó encima, era el invierno más frío de la historia, el gélido viento se colaba por las ranuras de las ventanas, y Amós temiendo que Lyssondra enfermara de nuevo tomó la decisión de volver al pueblo. Le contó a Lyssondra la situación en la que se encontraba su pueblo y que el Rey la estaba buscando, pero que no se lo había contado antes porque no podía soportar la idea de separarse de ella. Lyssondra no se enfadó con él porque en silencio ella también había empezado a amarle, pero sabía que tenía un deber que cumplir y no podía abandonar a su gente y su pueblo. Caminaron los dos abrazados por la fría nieve contra el viento que congelaba sus manos y sus cuerpos, arropados los dos con la capa de Amos como único impedimento hacia la congelación completa. Lyssondra se desplomó exhausta pidiéndole a Amos que continuara él, que no podía dar un solo paso porque tenía las piernas entumecidas. Amós arrastró a Lyssondra hacia una pequeña cueva y la cubrió por completo con la capa, la besó y salío de la cueva. Comenzó a pronunciar las palabras que Draída le enseñara para comunicarse con las aves y apareció volando un precioso águila con enormes alas que agarró a Lyssondra entre sus garras y la llevó hasta palacio llevándose con ella la capa y la mortalidad de Amos. Regresó a casa de Draída. Era la segunda vez que volvía del mundo mortal por lo que si decidía convertirse otra vez en mortal, ya no podría regresar nunca más.




Era un día lluvioso, el agua rebotaba con fuerza en el suelo y corría hacia las alcantarillas que estaban saturadas, un pequeño perrito hacía lo imposible por encontrar una zona seca donde tumbarse, pero todo estaba húmedo y frío. Caminaba muy despacio, la cabeza gacha, ligeramente encorvado y arrastrando sus mugrientos pies semi descalzos, sobre sus hombros colgaba una capa marrón ajada por los años. Se paró, miró al cielo, esbozó una sonrisa y murió…………..

FIN

Texto agregado el 09-08-2006, y leído por 194 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
10-08-2006 Imaginación suficiente, sueños realizables...una historia que se lee con interes... aukisa
 
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