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Joaco dormía a pierna suelta cuando escuchó fuertes golpes en su habitación. Era su madre que lo despertaba por enésima vez para que bajara a desayunar. El muchacho ronroneó en su lecho y continuó hilando babas. La mujer lanzó un juramento y se alejó fuera de sí.

La vida del muchacho transcurría más en su cama que en otra actividad. Las pocas veces que accedía a sentarse con los demás a la mesa, cabeceaba sobre los alimentos, bostezaba mientras malamente mordisqueaba un trozo de pan y sin terminar de comer, se levantaba como un ebrio y partía de nuevo a su adorado lecho, en el cual retozaba hasta que consiguieran convencerlo que era hora de comer algo.

El muchacho no había asistido nunca a la escuela, porque la única vez que se intentó enrolarlo en una de ellas, se había quedado dormido en clases, produciendo una escandalera de ronquidos que alertó a todo el colegio. A sus dieciocho años. Joaco no tenía otra aspiración que permanecer horizontal en su cama, sin saber de obligaciones de ningún tipo.

Su madre consultó a muchos médicos para que encontrasen la causa de tan mórbida costumbre. Se descartó una eventual anemia u otro mal derivado de un problema mayor ya que, en rigor, de lo que adolecía el muchacho era de una vulgar, rotunda y endémica pereza. Como la ciencia bien poco podía hacer ante ese estado de cosas, su madre recurrió a su religión y tratando de sanar a su hijo de este mal que tan arraigado estaba en su sangre, le hacía repetir sus rezos. Entonces el muchacho pronunciaba con su adormilada voz: -Padre…nues… y se quedaba dormido profundamente sin que la oración se plasmara en su espíritu.

Hasta que a Juanita, la hermana mayor del muchacho tuvo la ocurrencia de llamar a una de sus más hermosas amigas y la recostó al lado del muchacho. La madre, después de escandalizarse, pensó que esa podría ser una buena idea y cerrando la puerta, dejaron que la chica procediera.

Pamela, que así se llamaba la niña, comenzó a soplarle el rostro al muchacho, él que ni se inmutó con esto y muy por el contrario, comenzó a roncar como un condenado. Pamela entonces le remeció con fuerzas y sacándose su blusa esperó que este abriera sus ojos. Cuando así lo hizo Joaco, vio a la deslumbrante chica semidesnuda frente a él y pareció reaccionar, mas, esto no tardó un par de segundos porque emitiendo un bostezo que hasta un buey se lo habría envidiado, se dio media vuelta y continuó durmiendo.

Al rato, cuando madre e hija ingresaron a la habitación, ambos muchachos dormían profundamente, por lo que, lo mejor que hicieron fue cerrar la puerta para no interrumpirlos en su bien tramado sueño.

Pasaron varios años antes que sucediera algo que cambió todo. Joaco despertó cierta mañana y se levantó de inmediato. Se afeitó, se duchó y luego, vestido con mucha elegancia, se sentó a la mesa del comedor y llamando a su madre y a sus hermanas, esperó que llegara alguna con su desayuno.

Como no había rastro alguno de movimiento en la casa, buscó por todos los rincones sin encontrar a nadie. Salió a la calle y ningún ser viviente se avizoraba. La soledad era siniestra por lo que comenzó a angustiarse. De pronto unos trompetazos ensordecedores hicieron retumbar el suelo y fue entonces que una voz que parecía llenar todos los ámbitos del universo dijo: -“En este día, anunciado desde milenaria data, los muertos deberán levantarse de sus tumbas y los vivos se presentarán ante mí”.

Entonces, con el corazón encogido por la duda, Joaco se unió a la interminable marea de seres que iban a rendir cuenta ante Dios. Mientras arrastraba sus pies, el muchacho se preguntaba si su mórbido sueño sería considerado como un pecado imperdonable y por supuesto que quiso regresar de inmediato a su lecho para olvidarse de toda esa angustiosa situación…










Texto agregado el 09-08-2006, y leído por 1062 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
09-08-2006 No creo que sea un pecado el querer dormir todo el día,( yo no puedo, no me deja la mujer, ni el hijo, ni el perro..benditos sean) pero lo del colega ya se acerca al martirio de la vagancia...¿ Lo condenaron? eneas
 
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