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-Que lindo tu traje, linda- dijo Stefanía mientras retorcía sus dedos detrás de su espalda. No soportaba a esa chica que tenía tantos dones y que la superaba con largueza en todo lo que significara humanidad.
-Gracias- contestó una afable María, mientras se dirigía a su escritorio. –El tuyo, en todo caso, no lo hace nada de mal.
La mujer masculló algo para sus adentros y se retiró de la oficina.

Eran compañeras desde hace un par de meses y Stefanía nunca la soportó, porque la muchacha era realmente guapa y muy simpática, además de poseer una inteligencia que pronto fue premiada, ya que la designaron como secretaria de Gerencia, el puesto que había ambicionado durante muchos años la intrigante de Stefanía.

-Me gustaría saber que fue lo que vieron en ella todos estos ineptos- se decía para sí la frenética mujer, mientras maltrataba el teclado de su computador. Según ella, había hecho méritos suficientes para lograr aquel codiciado puesto y ahora llegaba esa aparecida y se lo apropiaba sólo porque era más joven y más guapa que ella. Eso no era justo, no era para nada justo- se repetía una y otra vez, la airada mujer.

Era necesario hacer algo para que la intrusa aquella no lograra sus propósitos. Como la mente de una envidiosa es a veces mucho más ingeniosa que la de una persona ajena a ese flagelo, Stefanía discurrió que si lograba que la chica se involucrase con su jefe, ella podría descubrirlos delante de todos para ocasionar un escándalo que terminaría con los dos de patitas en la calle. Roberto Piedra era el Gerente y su seriedad en el trato con sus subalternas le había valido el respeto de todos los trabajadores.

-Aquella tarde llegó a las manos de María un sobrecito que alguien había puesto en uno de sus cajones. Lo abrió con mano trémula y casi se desmayó cuando reconoció la letra de su jefe que la invitaba a salir después de la jornada. La muchacha, con su corazón desaforado, intentó destruir la misiva, pero después pensó que si lo hacía, podía esfumarse la posibilidad de lograr el puesto.
Ese mismo día, Roberto Piedra encontraba en uno de sus cajones un anillo en el cual figuraba el nombre y apellido de María Casares. Como el gerente era hombre cauto, no mandó a buscar a la chica sino que pensó que sería conveniente entregárselo una vez que hubieran abandonado la oficina...


(Finaliza)






Texto agregado el 09-08-2006, y leído por 249 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
09-08-2006 Seguimos, a ver que pasa...Joder, me recuerda a mi trabajo, con tanto lameculo y envidioso por ahí suelto...Pura tensión, voy a por el segundo capítulo Gui. eneas
09-08-2006 Con ingredientes del relato policial, logras una trama atgrapante, de final abierto, en el que el lector debe completar la creación. Excelente, amigo, mis estrellas. saraeliana
 
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