El mundo hizo una pausa
¿Por que tu andar te aleja de mi ?,
¿si basta detenerlo, para que la latitud de nuestra separación cese de crecer?
Macedonio Fernandez
Como quien va y viene entre las hojas, la brisa jugaba por las calles del barrio. Un picante sol busco quedarse en la parte más alta del cielo. Olores de comidas marcaban el horario.
Los negocios ya estaban cerrados.
Cruzó frente a la carnicería cuando desde adentro terminaban de bajar ruidosamente la cortina metálica, clausurando las ventas matutinas.
El día parecía ser como cualquier otro, o por lo menos nada le hacia pensar que ocurriría algo especial.
Hasta que su presencia repentina lo paralizó. No pudo dar un paso más. Le temblaban las manos y se le secó la boca. Comenzaron en sus vísceras los bailes hormonales que cambiaron su pausado andar en la mañana por un torbellino de sensaciones, reminiscencias de momentos parecidos, móviles sexuales y ruidos intestinales acelerados.
El verla fue como un campanazo a un metro de la nuca. Lo congeló, y quedó deplorablemente parado en la esquina.
Ella absolutamente interesada solo en sus pensamientos, lo enfrentaba sobre la misma vereda.
Sus ojos siguiendo la hilera de arboles que crecían penosamente en los canteros del bulevar, tenían el mismo color que el cielo en los primeros días del verano.
El pelo al viento. En la mano un bolso vacío donde por transparencia entre la mallas de hilos de colores se veía un monedero diminuto.
Algo en el aire lo hizo sentir ridículamente expuesto a miradas indiscretas, a ojos agresivos. Luego de un instante decidió que no existían.
Estaba en lo cierto, el mediodía impregnaba los baldíos y el barrio era un desierto. Las manos en ambos bolsillos anteriores del vaquero, con los pulgares afuera. Las zapatillas diez y diez sobre el embaldosado.
- !Soy un tarado..!. Pensó.
- !Jamás me voy a animar a decirle algo!
Ella continuo con sus pequeños y deliciosos pasos displicentes. Como siguiendo una misma linea en el bordado de los mosaicos de una rayuela larguisima.
Nadie más se veía hasta el fondo de la calle. Un auto cruzó roncando pero tan lejos que pudo no haber existido.
Se arreglo la garganta con algo que pareció un acceso de tos o un grito hacia adentro, preocupandose por que nadie lo oiga. (Nadie lo escucharia). En tanto que una oleada de calor le inundó la cara y el cuello ahogándolo. Preparó el momento con una inspiración larga y sostenida.
No podía fallar.
Incluso el viento se contuvo, justo cuando iban a cruzarse en la estrechez de la vereda. Nada incomodó el silencio. Los gorriones pararon un instante sus chillidos de pelea. Las hojas quedaron contenidas en su último movimiento.
El mundo hizo una pausa.
Y sin haber sabido decir algo mejor un:
- !Hola...!
Tan gutural y leve le cruzó los labios, que ella no lo escuchó.
Se acomodó el pelo con delicado ademán de sus dedos tras la oreja perfecta, donde quedo brillando un pequeño aro de piedra blanca casi imperceptible. Detuvo fugazmente su mirada en la de Puntín y siguió caminando como quien cruza una sombra.
Quedo desairado, con el mismo efecto que si le hubieran hecho un caño. En la incomoda condición del ignorado. Cuando pudo recobrar el sentido del día y orientarse nuevamente en el tiempo. Trató de restablecer el paso lo más disimulado que pudo. Trastabilló y siguió caminando por la misma vereda.
En la angustia del momento buscó elaborar en su cabeza la teoría de como librarse del pasado inmediato.
Pero como siempre no le aparecía una mísera idea.
Lo que sí quedó plasmado, es que ella derrumbó la perfección de ese insignificante lapso, al no responderle a su incapaz saludo. Tan sólo necesitaba una sonrisa transitoria, o un gesto vago o alguna otra expresión suya.
Algo que hiciera que el mundo no continuara en esa pausa.
- Mañana a la salida del colegio, cuando cruce el ferrocarril seguro que me animo. Se dijo. No muy seguro.
De un patio de enfrente, con mucha dificultad un gatito desnutrido y lagañoso cruzó entre las tablas del portón destartalado y siguió corriendo hacia la calle.
Prontamente como un aparecido surgió tras sus pasos una niñita descalza y desarropada, que lo levantó en un movimiento pasando sus manitas bajo la panza hinchada del gato, el animal se estiro hasta que ella pudo apoyarlo contra su cuello. Luego volvió saltando por el mismo lugar que habia aparecido.
Pasó por la canchita. No había nadie.
El sol hizo brillar un pequeño remolino que el viento fue formando en el área más lejana.
(1997)
|