Así cerré la habitación numero 32 de aquel hotel, un sólo azote bastó para dejar firmemente cerrada la puerta y mi pasado con él. Gelato seguía adentro, desnudo, con residuos de pasión en su cuerpo, satisfecho, pero ausente.
Caminé hasta llegar a mi cuarto, entré, lo cerré, desnudé mi cuerpo y me metí a la ducha, lavaba una y otra vez mi cuerpo hasta que sentí haber borrado su huella, sólo así me detuve, tomé ropa limpia, apagué las luces y dormí, dormí días enteros sin que pasara un solo instante. Sabía perfectamente que no volvería verlo, él era de decisiones firmes, la nota que había colocado sobre mi almohada unas semanas atrás y el discurso de hacía unas horas me borraron cualquier duda al respecto.
Semanas después, saliendo de la escuela, volví a ver, tal vez por casualidad, a mi tan añorado artista, él también me vio, parecía que el tiempo se había detenido en aquel instante, hizo un gesto en señal de saludo al cual respondí con una sonrisa en el rostro y seguí derecho hasta llegar a casa. Encendí la televisión y oí algo en el balcón, como si alguien arrojara pequeñas piedras esperando que yo atendiera al llamado, así lo hice. Era él, no tuvimos que decir nada más, bajé a abrir el portón principal y nos besamos nuevamente, subimos a mi cuarto, a tientas cerramos la puerta, apagamos la luz y llegamos a la cama. Esta vez no hubo un “Cómo estás”, sólo nuestra antigua pasión renovada.
Nuestra entrega duró horas, aunque nuestro cuerpos ya habían alcanzado el orgasmo, nuestros labios estaban decididos a volverse unos, nuestras caricias no disminuían, el calor corporal había subido a más de mil. Lo desea, lo deseaba demasiado, y de la misma forma sentí cómo él me había deseado a mí. Cuando por fin terminamos se cambió y se fue, ninguno dijo nada ¿Nos volveríamos a ver? En aquel entonces no lo sabía, después de la discusión que tuvimos meses atrás habíamos acordado alejarnos para no hacernos daño, pero al vernos nuevamente, nuestras pasiones no pudieron rechazarse.
Así fueron los siguientes días, apenas llegaba la noche se aparecía afuera de mí casa, entraba, me hacía suyo y volvía a partir, jamás volvió a dormir en mi cama, me había vuelto su “puto” particular, al que iba a ver siempre que deseaba hacer estallar su deseo sexual ¿Me quejé? No lo hice, yo de alguna forma lo veía igual, sin embargo, aún había algo entre nosotros y ambos sabíamos que si volvíamos a cruzar palabras sería inevitable que todo saliera a flote.
Una noche, mientras se vestía para abandonarme nuevamente, lo tomé de la mano, estaba a punto de hablar, pero puso su mano sobre mi boca, me miró, terminó de vestirse y se fue. Pensé que no volvería, que tendría miedo que al siguiente día intentara de nuevo hablar, pero sí fue, estuvo ahí, puntual. Esta vez no quise insistir, él sí.
Habló de lo sucedido la última noche antes de nuestra “separación”, lo escuchaba, pero no podía comprender lo que decía, mejor dicho, no quería entender lo que decía, sabía que toda aquella discusión había sido por mi culpa, pero seguirlo evitando era ya inevitable, sus palabras llegaban rápido a mí sin oportunidad de no escucharlas. Escuché sus protestas e inconformidades al respecto, esos comentarios que creía jamás escucharía, los dijo con firmeza, coraje, como si quisiera verme arrepentido de causarle daño sin saber que él también me lo causó a mí. En sus ojos había lágrimas, no sé si eran de arrepentimiento o de rencor hacia mí. Lo quise abrazar pero me aventó en mi intento, caí al suelo, me miró ahora él quiso levantarme pero no lo dejé, soy muy orgulloso y rencoroso, él ya había dicho lo que quería decir, me había insultado y humillado más de lo que le habría permitido a cualquier otra persona. Le pedí que saliera, se negó, se tiró al suelo conmigo, ninguno de los dos hablamos, evitábamos mirarnos, sólo unos centímetros separaban nuestros cuerpos. Me levanté, él hizo lo mismo, me abrazó, esta vez no opuse resistencia, caí en sus brazos, nos pedimos disculpas y se fue.
Pensé que esa había sido una reconciliación y que por fin llegaríamos a tener algo serio, qué equivocado estaba, el golpe más fuerte de su parte estaba a punto por llegar…
Los días que siguieron a su estallido fueron los más maravillosos, teníamos una comunicación incluso mejor que la anterior. Nos contábamos todo, hasta que me contó algo que no quería escuchar.
Comenzó hablando de cuando nos conocimos en aquel parque donde corría, de cuando la casualidad me llevó por primera vez a su cama, de cuando discutíamos de arte y cuando hizo aquellos cuadros que ahora mirábamos en la pared mientras hablábamos. Todo su discurso fue meticulosamente construido, parecía planeado, como si lo hubiera repasado una noche anterior para no equivocar los tiempos, lugares, o actos seguidos, todo fue perfecto…Mientras hablaba mi rostro se transformaba de felicidad a tristeza, parecía que todo el mundo había enmudecido para dejarnos hablar sin interrupción.
¿Qué me dijo? Pues me dijo todo lo que quería escuchar, pero en tercera persona… Me dijo que había conocido a alguien muy especial, que fue amor a primera vista, me platicó lo bien que se la pasaron en el cine, que le habló de mí y que quería conocerme porque yo era su mejor amigo ¿Su mejor amigo? Sí, su mejor amigo…
|