La mujer poseía un palacio repleto de riquezas, tantas que nadie hubiese podido adivinar su caudal. Las paredes de su mansión ya parecían desbordarse ante aquel atiborramiento y sin embargo ella deseaba más y más y mucho más y en su insaciable apetito de poseerlo todo, salía en las noches y si era preciso robaba aquello que le llamase su atención. Eso la perdió, puesto que, cierta vez, se obsesionó con un collar de diamantes que relumbraba en una tienda de finísimas joyas. Como la mujer era muy atractiva, ingresó a la tienda y le pidió al dependiente que le mostrara el preciado collar y éste, cayó rendido ante sus encantos atendiéndola con solicitud. Ella sonreía enigmáticamente y entretanto, le echaba el ojo a todo lo que tenía a la mano.

Cuando ya había guardado en su bolso el collar y un par de pulseras valiosísimas, el hombre se aproximó a ella y estrechándola entre sus brazos le dijo al oído: -Tienes dos opciones de salir de acá. Una, que yo llame a la policía. Ya sabes que eso no sería demasiado conveniente para ti. La otra opción es que salgas de acá, del brazo mío. No puedes negarte porque aquella cámara grabó todos tus actos. ¿Qué decides?

La mujer ya no tiene tiempo de aumentar su riqueza porque ahora es la sirvienta de ese cazafortunas que retoza en su lujosa habitación. El guarda bajo siete llaves el antídoto contra la avaricia: una cinta de VHS que delata el delito de la avara mujer…