No tuvo culpa el clarín
que resonó en la mañana,
tampoco la tuvo el gorrión
que cruzó furtivo el aura,
no la tuvo el manantial,
ni tampoco fue culpa del eco,
que sólo repitió los acentos
de la estocada certera.

No fue culpa de la noche
que desbordóse de estrellas
ni los grillos tampoco fueron
los causantes de la tragedia,
nada tuvo que ver el roble
en que se apoyó su espalda
ni tampoco el rocío fue culpable
al sembrar su faz de diamantes.

No fue culpa de ninguno
ni siquiera del asesino
que tras la estocada sintió
que esa sangre que fluía
teñía un alma inocente,
la culpa la tuvo el destino,
que puso frente a frente
al padre y al hijo sin nombre.

Enfrentados en la noche,
padre e hijo se erizaron,
la fatalidad se interpuso,
las palabras fueron ascuas
y luego, venenosos ofidios
que aniquilaron la razón,
muchos años habían pasado,
trenzando un aura de olvido,
la noche fue un gran ojo negro
que supo de ese festín amargo.

La culpa no fue de nadie
ni de la mano asesina,
ni del destello en la mente
la fatalidad se impuso
la aurora brilló de nuevo
un corazón se detuvo
y el otro se desangra lento…