Era sábado por la mañana y Violeta se había quedado jugando con sus primitos en el parque, siempre a la mira de su tía Petra. Pero la curiosidad (o el empeño que su tía ponía en confeccionar aquella “cubierta” de ganchillo) hizo que la niña, sin darse cuenta, se fuera alejando, poco a poco, hasta perderse definitivamente.
Cuando Petra advirtió la ausencia ya era tarde: la niña Violeta había desaparecido. La pequeña, ajena a las preocupaciones de su tía, caminaba calle abajo, ensimismada observando los escaparates de las tiendas que engalanaban aquel “Casco Antiguo” de… una ciudad cualquiera. Y guiada por el destino, iba avanzando metro a metro, sin la preocupación de no saber a dónde se dirigía. Una mujer que la vio caminar sin la compañía de “un mayor”, le preguntó:
- ¿A dónde vas sola, tú… tan pequeña? Dime niña: ¿te has perdido?
- No. Voy a casa de mi Padre.
Sin saber cómo, Violeta se plantó ante las puertas de la Catedral. Cuando llegó a la entrada principal, los cerrojos se dividieron y la gran tranquera de casi cinco metros se abría de para en par, ante la pequeña figurita del belén.
Una vez vencidas, comenzó a caminar por el pasillo central, con dirección al Altar. Alli la esperaba un Jesucristo de Salzillo, en la Cruz, que había cambiado la expresión de sufrimiento de su cara por la de la alegría que se siente al recibir a un amigo esperado.
Las mujeres que allí estaban la miraron un momento, cuando, de repente, un borrón en el aire hizo que permanecieran desenfocadas, en un segundo plano, al igual que todos los que entraban y salían. Ahora Violeta y Jesús estaban solos:
- Hola, Jesús
- Hola Violeta ¿Cómo estás?
- Bien ¿y tú?
- Mira…¡aquí andamos! ¿Qué quieres saber hoy?
Violetita estaba intrigada. Ya se había aprendido el “Jesusito de mi Vida, eres niño como yo…” y no comprendía como su Amigo estaba ahí, sufriendo, clavado a esos maderos. Para colmo, en la televisión dentro de los programas infantiles e incluso en los anuncios publicitarios no cesaban de salir más y más cruces, que le recordaban “ese sufrimiento de su amigo”
- Jesús. ¿Si tanto te quieren, por qué adoran la Cruz?
- Es un poco complicado por ahora para ti. Piensa sólo en que es la muestra de la Pasión, es decir de cómo el hombre, quiso asesinar al hijo de Dios
- Es que no me gusta verte sufrir, Jesús. ¡Ni a ti ni a nadie!
- ¡Ya! Pero…
- ¿Hemos venido a sufrir, Jesús?
- ¡Nooo! ¡Tienes que ser feliz y amar a tu prójimo!
- ¿Como te amaron a ti? ¿Y por qué esto?
- Lo mío fue diferente.
Violeta fue al grano, dispuesta a “soltar” todo lo que había pensado por las noches, aquella larga semana:
- Mira Jesús: ¡O te bajas de ahí inmediatamente o te bajo yo! Elige. Creo que es mejor que te vengas conmigo a mi casa y desayunes todas las mañanas para que puedas crecer y ponerte bueno. ¡Ya está bien de sufrir!
- ¡Gracias Violeta! Pero no puedo hacer eso.
- ¿Por qué no? – La niña pareció disgustarse
- Tengo que estar aquí para “vigilar el mundo”
- Y ¿a quien vigilas?
- A todos, principalmente a los fanáticos: esos son los más peligrosos, estén en el bando que estén.
Las palabras de su amigo, postrado en aquella cruz, llenaron de valor a la pequeña Violeta que le dijo con el alma, más que con los labios:
- ¡Yo también quiero vigilar al mundo! ¿Me convertirías en la espada que ataque a los hombre malos?- Pero aquí, pareció dudar - ¿Quiénes son los “hombres más malos”, Jesús?
- ¡Los egoístas!- respondió sin bacilar
- Y ¡cómo son de malos los egoístas!- Violeta necesitaba ir confeccionando ya su “escala de acción”-
- ¡Cuánto más egoístas, más malos!- Jesús sabía que aquella respuesta, aunque subjetiva, satisfaría su curiosidad. Y dime ¿cómo ayudarías tú a la humanidad?
- ¡Como tú mejor me aconsejes! – respondió ávidamente Violeta.
La Obra de Salzillo, tras comprobar la pureza de los deseos de Violeta tomó una decisión:
- Ya veo que tus convicciones son fuertes y tus ganas de servir de “luz” al mundo son muy grandes. Con un alma así es fácil que consigamos nuestros objetivos. ¡De acuerdo, Violeta! Ahora tú y yo tenemos un trato. Para tu primera misión tendrás que hacer esto…
Tras unos instantes más de charla, los borrones del ambiente se disiparon y el segundo plano existente se “fusionó” con el real, pasando de la fantasía a la realidad, en un “pis-pas”.
Cuando la niña llegó al parque su tía ya había dejado el “ganchillo” y estaba ahora con la cara de color morado ante la preocupación de haberla perdido, mientras miraba incrédula para todos los lados:
- “¡Estoy aquí!” – La niña quitó de golpe los novecientos kilos de preocupación que su tía tenía encima.
- ¡Virgen del Amor Hermoso! ¡¿A dónde te habías metido?! Menos mal ¡Creí que te habías perdido!... Su tía la abrazaba mientras se daba aire con la otra mano, intentando disminuir el sofoco.- ¡Vámonos para casa todos!... que me va a dar un espasmo.
A la noche siguiente, durante la cena, Violeta preguntaba a sus padres:
- Papá: ¿Qué es la “policía del ozono”?
- ¿La policía del ozono? ¿Dónde has oído eso?
- Jesús me lo ha dicho en mis oraciones. Quiere que yo sea policía del ozono- la niña hablaba con esa sinceridad infantil, acrecentada en aquel momento. Sus padres, que la educaron en un ambiente cristiano, no se explicaban ese razonamiento. Violeta continuaba
- Me ha pedido que yo sea la Luz del Mundo y yo he aceptado. Dentro de pocos días todos nos uniremos a él.
De repente sucedió el milagro. Al decir esto, la niña se cubrió de una potente luz que la rodeaba. Su carne era ahora una materia luminiscente que resplandecía en toda la habitación. A su padre se le cayeron los cubiertos de la mano mientas contemplaba, engarrotado, aquel fenómeno inexplicable. Mientras, Violeta seguía como si nada, tomando su cena. La madre, que había permanecido de pié, se adelantó a su marido y se arrodilló ante la niña diciéndole:
- ¡Bendita tú eres entre todas las mujeres, Violeta! ¡¿Qué quieres que hagamos?!
El padre, que no había podido ni siquiera articular un solo músculo, se levantó y se puso, igualmente de rodillas. Violeta, un tanto sorprendida ante la actitud de los mayores preguntó:
- ¡Mamá ¿Hay flan de postre?!
Al decir esto, la extraña luminiscencia, cesó y todo pareció volver a la normalidad; una normalidad que para aquellos padres era nueva, y con la que comenzaban de cero.
- ¡Claro que sí, hija mía!- Después, se ocultó tras la nevera, juntó las manos y dijo:
- “¡Señor, Gracias por dejarla con nosotros!”- pensó, mientras abrió el frigorífico y cogió el postre.- Aquí tienes el flan. ¡Y si te lo comes, te daré otro! – le dijo, sin poder evitar el puñado de lágrimas que brotaban de sus ojos. Pero entonces, la niña se levantó y les dijo:
- ¡Sólo estaré unos días aquí! Después tendré que partir para dirigir la policía del ozono. Me acompañarán siete ángeles y cuatro arcángeles, que obedecerán a su “Ultra”.
- ¿Ultra?-le preguntó su padre - ¿Qué es eso de “Ultra”?
- Jesús me ha concedido ser la Luz Ultra Violeta que ilumine el mundo.
- ¿Qué quieres que hagamos nosotros para colaborar con tu misión, hija?
- Me llevareis a Ginebra. Allí se celebrará la Convención Mundial de Medio Ambiente 2009. En esa reunión, que se retransmitirá en directo para todo el mundo, se darán los premios 2009 de Medio Ambiente. Nosotros participaremos en el “Certamen de Relato”. Debo de hablar al mundo.
- ¿Y cómo haremos eso, Violeta? ¿Tú eres muy pequeña y casi no sabes escribir? Y yo… ¡No imagino como podremos lograr algo así! – pero su hija se lo explicaría de una forma explícita, pero muy explicativa:
- ¡Con fe! – Después añadía -¿Podrás conseguirme por Internet las bases de los certámenes de esa “Convención”?
- ¡Claro que sí!
- ¡Hazlo, papá! Con la fe arreglaremos las injusticias.
. . .
continuará…
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