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Relato de Aventuras. 2º Premio Narrativa Ayuntamiento de Pamplona 2.002
Publicado por Ed. Lizarrán 2.003

Ejemplares disponibles en la Biblioteca Pública de Monforte del Cid

. . .





Después de una agradable cena homenaje en la Academia Naval, el Coronel Edwards mostraba a los muchachos sus trofeos de caza:

-"¡Son impresionantes, Señor! ¡Es un verdadero museo! ¿Nos enseñaría la pieza más grande, la más apreciada de su colección? "-

-¡Si!. Pasen por este pasillo y les enseñaré “ el Águila Imperial ", el mayor de mis trofeos. Me costó mucho trabajo conseguirla. La maté en el sur de España de donde es originaria, en pleno vuelo, a más de mil pies de altura. ...No sé si murió por los dos impactos que incrusté en su pecho o por la tremenda caída en la montaña”-.

-"¡Es una pieza magnífica, mide casi tres metros... Es fantástica! -.

-“Lo es, Alférez Martins. Es el animal más extraordinario de los mortales, el más fuerte, el más veloz, ... el más poderoso. ¡Es curioso: cuando la recogí del suelo, herida de muerte, tenía los "ojos aguados", como de haber derramado alguna lágrima. He de reconocer que sentí una extraña sensación ya que, como ustedes saben ...¡las aves no lloran!"-.

Continuaron su paseo por las habitaciones de la mansión, decoradas con decenas de presas disecadas:

-"Leones en África, cocodrilos en Venezuela, el águila en España... ¡todo esto que veis en los últimos veintiséis años!-.

-“ ¡Ningún cazador ha logrado reunir tantas piezas en tan poco tiempo. Es increíble, coronel!"-

-"¡Es cierto, joven! Como podréis observar son muchos los premios que he obtenido de mi gran experiencia en la caza, en los más prestigiosos concursos del mundo y... espero seguir aumentando esta extraordinaria colección!"-

-"Aquí hay muchos animales, coronel... ¿Habrá matado en su vida más de mil piezas?"-

-"Probablemente supere esa cantidad, Alférez Martins"-


De pronto, desde el fondo del salón el coronel creyó escuchar una voz profunda que decía:
-"Ya va siendo hora de que comiences a ver las cosas desde otras vistas, ¿no crees, viejo cruel y asesino?"-.

-"¿¡Qué ...!? ¿¡Quién ha dicho eso!?¿Habéis sido vosotros?"-

-"¿El qué, señor? ... Nosotros no hemos abierto la boca ¿ ... ?"-

-"¿Se encuentra bien, coronel?"-

-"Si ..., sí. Quizá el cognac me ha “pegado” un poco más fuerte de lo esperado. ¡Je,je...! Vamos cumpliendo años, de manera inexorable y el cuerpo ya no es tan fuerte como antes... Menos mal que me queda este bastón ..."-

Edwards dio por concluida la cena. Había sido un día duro para un viejo machacón. Ya estaba muy cansado y se retiró a su habitación.

Por la noche, una candente fiebre se apoderó de su cuerpo. Tenía la cama empapada de sudor y comenzó a sentir un frío muy intenso, casi polar que le engarrotaba las piernas. Frío y calor, hielo y volcán en su cuerpo maltrecho. La temperatura helada de su organismo le hacía encogerse y empezaba a notar cómo se desgarraban los huesos de sus caderas: parecían haberse fosilizado. El dolor y el frío abrieron sus ojos.

Se despertó sólo, lleno de pánico e indefenso, con el cuerpo desnudo y petrificado por el frío. Estaba en mitad de la cima más alta del planeta, un lugar muy familiar para él: la montaña con la que tantas y tantas veces había soñado. Así había imaginado siempre el final del mundo, el último pico... un sitio frío e inhóspito, que lindaba ya con los principios del Infierno.

Desde el picacho, de tan sólo medio metro cuadrado, muy asustado, observaba, mirando abajo, un inmenso cielo de algodón que le esperaba impaciente, a cientos de kilómetros de distancia:
-"¿Qué hago aquí? ¿Es un sueño? ¡Esto no puede ser real!"-

De pronto, notó como una fuerza, inexpugnable e inexplicable, le empujaba hacia el vacío. No podía defenderse ni luchar contra ella. Sus pies, clavados en la nieve y aferrados a la vida iban, milímetro a milímetro, cediendo en la roca y acercándose al precipicio, a la caída, ... el último desenlace era ya inminente.

El terror, hasta ahora desconocido para él, se apoderó de su mente: esta vez iba a ser imposible, evitar a su amiga la muerte, con la que tantas veces se juntó, "de juerga y copas", pero siempre, "pagando otro la factura".

Y ya al borde de que sus órganos explotaran del sobresalto, la extraña energía conseguía desprenderle totalmente de la roca, lanzándolo de cabeza al precipicio. “El mundo se le venía encima”.

Y comenzó la caída. Por su mente pasaban, en milésimas de segundo, frases, fotografías ... entremezcladas por un corazón explotado de pavor que sentía cómo se acrecentaba el dolor y el miedo al ver aproximarse el impacto contra el suelo de piedra. La caída sería limpia, sórdida, seca ... era seguro que su cuerpo reventaría contra la roca, en el choque.

Continuaba precipitándose hacia el suelo cuando, de repente sintió que sus huesos comenzaban a estallar: ¡ ¡pum! ¡pum! ¡pum!, uno tras otro, de una manera sincronizada, a medida que la caída se iba produciendo. Su cabeza, sus brazos y piernas estaban sufriendo una incomprensible transformación. Edwards gritaba desgarradamente de dolor, mientras el vuelo hacia La Tierra se prolongaba milésima a milésima.

No daba crédito a lo que le estaba pasando cuando la tortura más fuerte jamás imaginada le llegaba desde el rostro. Sus pómulos, mandíbula y nariz se prolongaban hacia afuera, desgarrando las formas y reconvirtiendo su aspecto. Los hombros le reventaron, con gran sufrimiento, cuando crujieron sus huesos: sus brazos crecían por encima del resto, dándole una fuerza en éstos inimaginable para cualquier ser.

Mientras, la caída al vacío continuaba, a gran aceleración. En su piel, la transformación no iba a ser menos dolorosa y comenzó a sentir desde dentro, cómo miles de púas penetraban sus músculos y, como el árbol que aferra sus raíces contra el suelo, se clavaban en su piel, cubriéndola por completo de un insólito manto fuliginoso. Edwards notaba una gran carga en sus brazos y estrepitosas vueltas de todo su organismo. La caída se hacía interminable mientras su cuerpo se precipitaba inerte, a gran velocidad, contra la superficie. La angustia era descomunal.

Cuando ya veía el suelo próximo, abrió los brazos y, misteriosamente, comenzó a "planear". De pronto, los dolores habían cesado al mismo tiempo que la caída. Edwards se encontraba ahora sobre el suelo, volando a mil metros de altura, envuelto en un mágico cuerpo que desconocía y pensando:

- "Esto tiene que ser un sueño. Soy el coronel Edwards, de la Flota Naval Británica" -.

Pero, al mirar a derecha e izquierda veía dos grandes alas, en las que se habían transformado sus brazos y que obedecían con rigurosidad militar las órdenes y movimientos de estos. Su asombro era tal que, por un momento decidió recalar en un lugar seguro desde donde poder pensar con calma. Y voló hasta uno de los cerros cercanos más altos. Al tomar tierra comprobó que lo sabía hacer perfectamente y este hecho le asustó todavía más.
"Me he transformado en un pájaro. Es real. No cabe la menor duda".

Edwards iba dando vueltecitas, girando sobre sí mismo y comprobando que sus pensamientos eran ciertos...
"Debe de ser cosa de la naturaleza. Posiblemente haya muerto en mi vida anterior y en mi "viaje" he llegado hasta aquí."
" ¡Me he reencarnado! Pero ... aquí debe de haber un error: todo se ha transformado menos mis pensamientos. ¡Continúo teniendo mi consciencia y mis recuerdos anteriores! ¿Ocurrirá siempre así? ¿Qué extraño...?"

De repente, con un pequeño salto, el ave comenzó su primer vuelo triunfal. Aquel era un bonito día de primavera y el cielo estaba abierto de nubes. Desde arriba, Edwards contemplaba maravillado la naturaleza, los campos con flores, la vegetación... era algo indescriptible. Al tiempo que ensayaba sus técnicas de vuelo, su mente se iba engrandeciendo por momentos:

"¡Esto es lo más maravilloso que ha podido ocurrir nunca! ¡Me siento el más feliz de los mortales! ¡Jamás hubiera imaginado el inmenso placer que sienten las aves al volar! ¡Es algo realmente incomparable, maravilloso!"
Y los sentimientos de ego reinaban en su imaginación:

"Dios existe y este es un premio para mí por ser un gran cazador"
" O puede que yo sea un dios. Puedo surcar los cielos"
" Ahora me río de los hombres que siempre han pensado que eran ellos los que dominaban las especies... Yo soy quien domino la tierra y el cielo, soy el mayor poder de la Creación, sin duda alguna”

Edwards seguía pensando en sus grandes poderes mientras surcaba el cielo a gran altura. Recorrió cientos de kilómetros, cada vez más admirado y exaltado de su nueva condición. Volar le había impresionado profundamente. Ensayaba, con bruscas bajadas en picado, el juego de la caza, cuando de repente oyó el sonido que producen las balas al cortar el viento:

¡¡Pumm!! ¡¡Pumm!!
- "¡¡Le has dado!!" "¡¡Le has dado!!"
- "¡¡Sí, la hemos tocado!! ¡Es nuestra!

Dos impactos en el pecho rompieron el vuelo de Edwards, que se precipitaba, de nuevo, al vacío. Ésta vez sin fuerzas, abatido a tiros y con la singular sensación de haber conocido, en un solo instante, la felicidad y libertad completas, por primera vez.

“¡Una verdadera lástima! Surcando los cielos soy feliz. ¿Por qué no me han dejado? ¿¡Cómo me han hecho esto!? No es justo”

- "¡Es un águila imperial, más grande que la del Coronel Edwards! La disecaré y con ella comenzaré mi pequeño "museo"!-
- "¡Si sigues así será tan grande como el suyo, Martins!"-
- "Sí. Esta será mi Pieza de Honor."-

Edwards se iba muriendo poco a poco, escuchando las palabras de los muchachos y recordando, de manera íntima y personal a cada una de las presas que él había matado a lo largo de su vida. Comprendió que los animales tienen los mismos sentimientos que las personas y no debió de arrebatarles la vida sólo por placer. Las recordó a todas y un gran sentimiento de disculpa fueron sus últimos pensamientos. "Por segunda vez una lágrima rodó por la mejilla del águila".


Texto agregado el 07-08-2006, y leído por 730 visitantes. (0 votos)


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