EL CUERPO EQUIVOCADO
dedicado a Alejandro
Ella tenía el cabello rojo, bucles perfectos, como los de una muñeca antigua.
Sus facciones eran pequeñas; todas adornaban el rostro perfecta y armoniosamente.
Él la vio desde lejos, ella resaltaba entre la multitud.
Su cuerpo no era de los que pasaban sin ser vistos.
El toda la noche la miró desde su mesa, ella por su parte le regalaba insinuantes y ardientes miradas de tanto en tanto; en una de esas miradas él tomó impulso y lentamente se acercó.
Las palabras no fueron necesarias, dejaron lugar a las manos y las lenguas; en pocos segundos el lugar se transformo en una hoguera.
Los cuadros se derretían en cada movimiento.
En cada caricia las botellas estallaban en la barra.
Ellos ajenos al incendio que habían provocado se recorrían hasta desmayar.
Él bajó su mano por la entrepierna de ella; ella lo detuvo, una vez más las lenguas chocaron entre saliva y rouge
Las manos de él no se resignaron, necesitaban palpar esa humedad que olía a infinito.
Ella entonces lo miró, bajó la mirada una vez más, la seducción era lo que mejor manejaba, le gustaba obtener poder sobre el otro de esa forma.
Luego tomó la mano de él y la llevó al punto máximo de su excitación.
Él la miró con absoluto asombro, una sensación de estupor lo recorrió; quizá los ojos de un observador atento hubieran descubierto lo apenas perceptible.
Ella se incorporó a medias y habló con un susurro bajo y ansioso tratando de ocultar su cara, ahora demacrada a causa de las lagrimas.
Bruscamente él se apartó, la silla cayó al piso y el lugar se hizo eterno.
Ella sintió una vez más que era una esclava sometida a una suerte anormal.
Mientras el reloj se había detenido para ella, él seguía en el piso y la gente empezaba a amontonarse. Ella trató de ayudarlo, pero la palidez mortal que se extendió por su cara le demostró que los esfuerzos por tranquilizarlo, eran inútiles.
Entonces corrió, debajo de esas nubes desgarradas, las lagrimas le borraban la visión, sintió su corazón repudiado.
Llego hasta la pensión mugrienta en la que vivía como un animal aterido, con los pies enredados por las raíces de su propia sangre.
¿A quién interrogar por el misterio de mis huesos? Gritó frente a un espejo mudo, que solo reflejaba su soledad.
Entonces abrió un cajón en donde guardaba sus tesoros.
La llave de una casa que se había derrumbado.
El pañuelo de alguien que había muerto hacía tiempo.
Una piedra que guardo de sus vacaciones por el infierno.
Un cuchillo que un vagabundo que conoció una noche le había regalado.
Se acerco al espejo; se quitó la ropa, se limpió las lagrimas haciendo de su rostro una caricatura de colores mal mezclados.
Llevó el cuchillo a las muñecas, cortó apenas un poco para poder ver de que color era su sangre.
Luego, llevó el cuchillo hasta su miembro y un grito inhumano cubrió las paredes húmedas.
Entonces; como agotada por la emoción, dejó caer los brazos mientras lanzaba los últimos suspiros y sonrió.
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