Carta de amor
CARTA de Isidoro Palacios a una
novia que acababa de abandonarlo
Mar del Plata, 13 de junio de 196...
Mercedes:
Teniendo en cuenta que en tu carta apelas a mi paciencia para que la lea (y aunque ello sea pedir peras al olmo) procedí a su lectura ab ovo usque ad mala con el mayor interés que pude reunir. Y una vez leída, como lo había intuido, sentí la necesidad de contestarte. Debo, sin embargo, dejar aclarado desde el principio que no tengo la menor intención de herir tu susceptibilidad, por las siguientes razones: a) guardo hacia ti, recónditamente, un cariño y una estimación que difícilmente creas; b) lejos de sentir rencor, encono, lástima, fastidio, o como sea que pueda denominarse ese conjunto de caóticos vestigios de inquina sentimental, debo ser sensible en reconocer lo instructivo y placentero que me resultó nuestra experiencia; c) ya verás...
Quizás algunas de mis expresiones te parezcan cínicas. Te aseguro que no lo son. Lo juro por tu sabiduría. Simplemente, y en honor a la verdad, necesito despojar a esta carta de eufemismos innecesarios, adoptando una actitud humorística, que es la que está más de acuerdo con mi forma de ser y de ver las cosas.
Hechas estas aclaraciones, a modo de desinteresado prolegómeno, que considero conditio sine qua non para evitar malos entendidos, paso a darte la opinión que me merece tu persona y tu carta, especialmente la última, que es el apparatus criticus de la cuestión.
Tu persona debo admitir que posee un temperamento innato de artista digno de los más efusivos aplausos. A quien haya podido verte en el desempeño aislado de cada uno de tus papeles, disjecta hembra, sin ver los demás, ha quedado convencido que allí no había teatro sino realidad. Pero en cuanto a mí, te aseguro por tu sabiduría, que el engaño sólo duró el escaso tiempo de representación de tu primer coup de theatre. La facilidad con que fuiste cambiando sucesivamente los personajes me dio la pauta que me encontraba en presencia de una consumada artista, dispuesta a ejecutar con maestría el papel más difícil: aut vincere, aut mori.
Y así, te vi en el papel de mujer dominadora: la eterna Sisebuta, cuyo fracaso se debió a la simple coincidencia de que yo no reunía las condiciones del sumiso Trifón. Post hoc, y a manera de segundo acto, la histriónica Sisebuta, como por arte de magia, se convierte en una débil mujercita que apela al sempiterno y prehistórico recurso de las lágrimas para conseguir lo que no pudo con su pseudo-carácter: nuevo fracaso. Tercer acto: la víctima lacrimógena se convierte en mujer despreciativa, que lanza miradas du haut en bas en pose que, recuerdo, emulan a la de aquellas hieráticas vampiresas del cine mudo; claro está que mutatis mutandi el recurso de la belle dame sans merci (entre nosotros, hacerse la rata cruel) carece del efecto demoledor de aquel entonces. Creí que este sería el último capítulo. Pero... faltaba un cuarto acto: "Melodrama por correspondencia". ¡Qué drama!. ¡Qué furor poeticus!. ¡Qué furor scribendi!. Palabra de honor que tu carta haría morir de envidia a la mismísima Carolina Invernizzi, que en su época hacía sofocar de angustia a nuestras abuelas con novelones escalofriantes hasta decir basta, y estoy seguro que esta buena mujer ni soñaba que en pleno siglo XX le iba a salir una émula tan competente.
Pero sigamos por ese sabor amargo que sentiste después del 13 de mayo. Tiene una consecuencia muy lógica: no se consigue azúcar ni para el café con leche. Y es por eso que los momentos de amargura lo pasaron también 30 millones de argentinos indignados por la escasez del dulce artículo de primera necesidad. Y no era de extrañar que pronto sintamos sabores parecidos, pues se comenta que el azúcar se irá a cinco millones de pesos. Ma' qué amargos, si los momentos y los sabores respectivos serán amarguísimos.
Si no has tenido problemas de azúcar, te aconsejo que insistas en tu higiene bucal, vayas al dentista, cambies de pasta dentífrica (no está nada mal una que viene con fluor y calcio y otros narcóticos; aunque un poco de brea de tu cuadra no te vendría nada mal) y entonces sí, después de haber agotado todos los medios de cura posibles, puedes adoptar pose de bas bleu, desmayarte, languidecer, fingir orgasmos, o alguna idiotez parecida. Con respecto al asunto de la iluminación, ¿no creés que sería más razonable plantearle al asunto a SEGBA, que al todopoderoso? Claro que como yo no creo más en dios he dejado de comprender ciertas actitudes poco prácticas. De todas maneras, en el hipotético o remotísimo caso que dios llegara a existir, si cada vez que te pongas obsecuente vas a recurrir a su luz divina, tengo la leve sospecha que ese buen dios tuyo va a tener que instalar unas cuantas usinas celestiales para tu exclusivo abastecimiento. Pero mientras la Divina Providencia te siga enviando esos golpes de luz esclarecedores, haces bien en aprovecharlos. Aunque a mí me parece que los golpes que necesitás no son de sustancias tan etéreas y sutiles, con perdón de Bertrand Russell y toda su pedagogía educativa, que se desmorona ante enfants gate insufribles como vos, que creen tener carácter fuerte. No me negarás que hay casos en que uno entra a mirar con simpatía el infanticidio, el bíblico dDegüello de los Inocentes, y otros juegos por el estilo, con niños.
Tampoco me parece acertado que hayas recurrido al clero, cuya misión no es la de resolver los problemas de jovencitas con inclinaciones al masoquismo histérico envueltos en halos de misticismo. Para ello están los buzones sentimentales de cierta clase de satinadas publicaciones a los que acuden púberes con pavorosos problemas de amores (amores truculentos anche folletinescos, como se sabe). Incluso puedes ampararte en algún nome de plume que te mantenga en el incógnito; te sugiero algunos: Leona Desconsolada de Lanús Oeste, Cala Trágica de Rafael Calzada, Escarola Atormentada de Villa Tranquila, Zanahoria Suicida de Villa Devoto, etc. Tal vez valga la pena el intento, mi querida Mercedes.
De tus reflexiones sobre la bajeza, por ahora la única que me preocupa es la de salarios. Pero el viejo Gatti me prometió que antes de fin de año, si él quería, me lo aumentaba. Del cariño que todavía siento por vos (para que no te preocupes por él) puedo resumirlo en un pensamiento que me robé de un libro que no me acuerdo cómo se llama: “todo sentimiento, al llegar a un desarrollo máximo, se vuelve completamente inestable y acaba por destruirse”. Me parece que lo dijo Williams James. Así y todo no estoy en vena. Ahora que estoy llegando al final me doy cuenta que hubiera debido resumir tantas líneas en las cinco últimas. Pero sabés que nunca me incomodó perder el tiempo en estupideces.
Puedes estar segura que todo te lo perdono: tus uñas demasiado largas, los pelos de los sobacos, las flatulencias y los ronquidos, la pimienta del café, tu insoportable voz de tiple cuando gritas, los vinos baratos que me servías, la noche que me quemaste las cejas con tu cigarrillo, tu devoción por ese perro de execrable traza faldera que tenés, esa chanchada que hacés por guiso, tus infidelidades (¡me engañaste con un tipo que se llama Hugo!), el fracasado viaje de placer a Río de Janeiro, los dos mil quinientos dólares que me tiraste por error, lo mal que limpias la casa y hasta tu cadavérica actuación entre las sábanas.
Todo te lo perdono, todo menos la cursilería espantosa de la carta que me enviaste, y eso no creo que te lo perdone ni la benevolencia infinita del que te iluminó. ¡En nombre del buen gusto, del cual todavía quedan sinceros admiradores, no vuelvas a cometer otro atentado tan alevoso al decoro literario, que torna ridícula y absurda la situación más seria y digna de respeto!
Isidoro
PD: En caso de que cuando recibas esta carta te hayan canonizado a raíz de tanta iluminación divina, te ruego me disculpes que al encabezar esta carta te llame Mercedes a secas... como todavía no he hecho amistades en el paraíso no sé que tratamiento corresponde a seres tan celestiales.
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