No quiero nada, estoy cansado, toda la vida luchando entre lo que es correcto y lo que no es correcto, sin tener definido siquiera que es y que no es correcto. Siempre con la inseguridad, esa inseguridad en el quehacer cotidiano, esa delegación de responsabilidades por el miedo a no hacer las cosas bien por mi mismo. La impotencia que me da esta inseguridad me produce frustración, que provoca más inseguridad, esto se traduce en reducir a la mínima expresión el quehacer cotidiano, limitándolo. no ya a la supervivencia, si no más bien a la subsistencia. No es un problema de relación con los demás, es un problema de relación conmigo mismo, el de no ser capaz de aceptar el fracaso de mis expectativas. Me aburre la gente, aún no he conocido a nadie que venga dando, todos piden, todos se acercan a pedir y a todos he dado y cuando han recibido marchan. Yo no necesito pedir, soy autosuficiente, lo que yo no me pueda hacer o pagar, es por que no lo necesito. Aún así también he pedido y se me ha dado en contadas ocasiones.

Qué coño busca? Tengo que comer, no puedo moverme de la silla, no tengo coraje de levantarme, he perdido toda capacidad de tomar decisiones, es como cuando sueñas que te levantas de la cama a orinar, pero no te levantas…
… sigo sentado, tengo que comer, no tengo hambre, ya es tarde, no he comido nada en todo el día, no es pereza, es inseguridad, miedo a fracasar en el intento de volver a empezar y mientras más lo demoro, más posibilidades de fracaso, y más inseguridad y más miedo, hasta que el miedo me inmoviliza. Pero tengo que comer…

Es un recuerdo vago, del que solo queda la sensación y alguna imagen del momento que tal vez sea imaginada para reforzar
la memoria y evitar que desaparezca definitivamente. Estos trozos de pasado son lo que queda de mi historia. El mecanismo
que me mueve a contarla es un cóctel poco definido. Quizás el componente más fuerte sea la sensación de fin, fin y resumen para poder archivar y empezar una nueva vida sin el lastre del miedo a perder mis orígenes y mi identidad como individuo, esa identidad que se siente amenazada cuando una persona hurga en ella y no terminas de entender el sentimiento que le lleva a hacerlo, en
algún caso temo a que use mis debilidades para dañarme o dominarme, en otros, a que solo vengan a curiosear
sacando de contexto todo lo que encuentran, a veces se me antoja que se enfrentan con un puzzle que intentan resolver
sin entender el contenido de cada pieza y se dedican a moverlas sin ton ni son, forzandolas al colocarlas fuera de su sitio,
aun cuando está claro que no entrará. Tal vez otro componente sea la autoaceptación de mi ambigüedad, la que me ha
acompañado durante toda mi vida, mostrándose y ocultándose ante los demás como si de alguien dependiera su existencia.
Ni estoy orgulloso, ni molesto, esta ambigüedad me da placeres y desconsuelos, victorias y derrotas, me hace sentir,
me hace vivir la vida incluso en momentos en que no tengo fuerzas para ello.

…la cocina tiene vida propia, y su recuerdo en simbiosis. Se me antoja que el techo se une al suelo, los muebles se retuercen sobre si mismos, Volveré más tarde, ya comeré, ahora no pasaría nada por la garganta…

El hilo conductor de mi historia no tiene un orden cronológico, presente, pasado y futuro, se funden y disuelven en una memoria atemporal y solo es completa y legible en su conjunto. Las circunstancias presentes lo son porque vienen marcadas por las del pasado y estas inducirán a un futuro predecible con escasa probabilidad de que cualquiera de sus posibilidades cambien sustancialmente la estructura base.

…me marea tanta sangre y me quita el apetito,,,

Corría el otoño del 71
- Tú eres Mateo, verdad? Me lo ha dicho Teo
Mateo era un chico popular del barrio, era dos años más grande que yo que tenía seis, los demás chicos lo admiraban, respetaban y temían.
- y a ti? Que te pasa en las patas?
Pronto entendí por qué, desde primer momento se posicionó como líder de la conversación, atreviéndose, a preguntar cuando otros miraban con lástima, superioridad o asco
- Nací así. Me llamo Luis Miguel – le dije cuando se agachó y se puso a tocar mis botas ortopédicas
- Y a mi que me importa? – dijo él, dando un salto sin levantarse desde mis pies hasta su balón de reglamento que tenía medio metro detrás
- Puedo jugar con tu pelota?
- Ni se te ocurra tocarla y menos con esas patas. Míralo como anda! con la pata chula.
También entendí entonces por qué era temido
- Es que tuerzo los pies – dije intentando dar justificación, que no información
- Tú no tienes pies Patachula, tu tienes patas
Y de esta manera me bautizó con el apodo de Patachula, apodo que me acompañó durante catorce o quince años y que me marcó crucialmente en mi relación con los demás.

…podría quitar toda la sangre si pudiera moverlo, he de comer algo. Lo tendría que haber llevado a la cocina, hubiese sido más fácil limpiarlo todo…

Acabo de abrir el último eslabón de mi relación sentimental con las personas, necesitaba ser libre.